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“One day when she was two years old she was playing in a garden, and she plucked another flower and ran with it to her mother. I suppose she must have looked rather delightful, for Mrs. Darling put her hand to her heart and cried, "Oh, why can't you remain like this for ever!"[1]
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JAMES M. BARRIE,
Peter Pan.
JAMES M. BARRIE,
Peter Pan.
Por años, dejó las ventanas de la planta alta entreabiertas. Por años, repitió las mismas historias…
Reunidos a su alrededor, los niños esperaban las palabras, como el polvo mágico de las hadas, esparcido sobre el silencio de las noches invernales. Sentados, con los ojos cerrados, podían sentir entre la alfombra y los tablones de roble, unos milímetros de vacío, una breve sensación de ingravidez ante la sola mención del nombre admirado.
Resultaba fácil reírse así de las manzanas caídas del pobre señor Newton, o disolver la envidia diurna hacia el vuelo de los pájaros, al menos hasta que el crepitar de los leños los hiciera aterrizar de golpe o el sueño los venciera definitivamente y se los llevara en andas hasta el cálido plumón de los acolchados.
La noche, entonces, se deshabitaba de piratas, sirenas y niños perdidos e inauguraba una azul impavidez apenas acotada, de tanto en tanto, con las luces reflejadas caprichosamente por el espejo de la luna.
Ella se mantenía en vela un par de horas más, agregándole a las interminables bufandas, una nueva línea de color con la que seguramente le tacharía el frío al invierno.
A veces, se dormía en el mismo sillón donde hacía un par de horas, tejía y destejía los relatos a bordo del Jolly Roger[2], otras el insomnio la mantenía a raya, con su espada de recuerdos.
En noches desapacibles, prefería irse hasta la cocina y preparar una infusión de hierbas silvestres que luego bebía lentamente, mientras con sus ojos, vigilaba las sombras traviesas proyectadas sobre los muros. Más tarde visitaba los cuartos infantiles, controlando posibles fiebres florecidas en la madrugada, sueños intranquilos, piecitos desamparados del abrigo de las frazadas, así hasta que el cansancio finalmente se dignaba a recostarla en la oscuridad reconfortante de su dormitorio.
Pero últimamente, aún con la casa solitaria, las vigilias nocturnas se volvieron una rutina inquietante que ni siquiera la labor de las agujas y la lana, pudieron sujetar con puntos delicados al tiempo transcurrido en vano.
El pasado le exigía atención, la obligaba a ponerse más expectante con la cercanía de la primavera, y las ventanas que desde hacía mucho tiempo atrás permanecían entreabiertas para satisfacer la infantil fantasía de una visita inesperada, atraparon gran parte de su dedicación nocturna.
Orientó su obeso sillón, para tener una mejor percepción de los vidrios cubiertos con visillos y a pesar de las frías ráfagas que por ellos se colaban, se acurrucaba en una manta y esperaba pacientemente hasta que el sol cambiaba de lugar las sombras de su cuarto de labores.
En algún momento de la noche, su mente recuperó la infancia perdida, las aventuras compartidas con sus hermanos, la voz angustiada de sus padres, las mismas escenas que junto al fuego recreaba fantasiosa, para el regocijo de sus cuatro nietos.
La primavera llegaría con la medianoche….
Reunidos a su alrededor, los niños esperaban las palabras, como el polvo mágico de las hadas, esparcido sobre el silencio de las noches invernales. Sentados, con los ojos cerrados, podían sentir entre la alfombra y los tablones de roble, unos milímetros de vacío, una breve sensación de ingravidez ante la sola mención del nombre admirado.
Resultaba fácil reírse así de las manzanas caídas del pobre señor Newton, o disolver la envidia diurna hacia el vuelo de los pájaros, al menos hasta que el crepitar de los leños los hiciera aterrizar de golpe o el sueño los venciera definitivamente y se los llevara en andas hasta el cálido plumón de los acolchados.
La noche, entonces, se deshabitaba de piratas, sirenas y niños perdidos e inauguraba una azul impavidez apenas acotada, de tanto en tanto, con las luces reflejadas caprichosamente por el espejo de la luna.
Ella se mantenía en vela un par de horas más, agregándole a las interminables bufandas, una nueva línea de color con la que seguramente le tacharía el frío al invierno.
A veces, se dormía en el mismo sillón donde hacía un par de horas, tejía y destejía los relatos a bordo del Jolly Roger[2], otras el insomnio la mantenía a raya, con su espada de recuerdos.
En noches desapacibles, prefería irse hasta la cocina y preparar una infusión de hierbas silvestres que luego bebía lentamente, mientras con sus ojos, vigilaba las sombras traviesas proyectadas sobre los muros. Más tarde visitaba los cuartos infantiles, controlando posibles fiebres florecidas en la madrugada, sueños intranquilos, piecitos desamparados del abrigo de las frazadas, así hasta que el cansancio finalmente se dignaba a recostarla en la oscuridad reconfortante de su dormitorio.
Pero últimamente, aún con la casa solitaria, las vigilias nocturnas se volvieron una rutina inquietante que ni siquiera la labor de las agujas y la lana, pudieron sujetar con puntos delicados al tiempo transcurrido en vano.
El pasado le exigía atención, la obligaba a ponerse más expectante con la cercanía de la primavera, y las ventanas que desde hacía mucho tiempo atrás permanecían entreabiertas para satisfacer la infantil fantasía de una visita inesperada, atraparon gran parte de su dedicación nocturna.
Orientó su obeso sillón, para tener una mejor percepción de los vidrios cubiertos con visillos y a pesar de las frías ráfagas que por ellos se colaban, se acurrucaba en una manta y esperaba pacientemente hasta que el sol cambiaba de lugar las sombras de su cuarto de labores.
En algún momento de la noche, su mente recuperó la infancia perdida, las aventuras compartidas con sus hermanos, la voz angustiada de sus padres, las mismas escenas que junto al fuego recreaba fantasiosa, para el regocijo de sus cuatro nietos.
La primavera llegaría con la medianoche….
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Wendy, abrió nuevamente la ventana para recibir a su amigo legendario. No recordaba muy bien cómo era la técnica del vuelo, pero seguramente sería como uno de esos juegos que una vez aprendidos jamás se olvidan.
Se acercó al alfeizar, miró la luz reflejada por la luna, abandonó sus delicadas zapatillas de piel rosada sobre el piso de roble y ayudada por una silla, se subió al mármol aún helado de la ventana. Volvió a buscar la cómplice travesura de las sombras en los muros. No la encontró. Sin embargo, confiada porque seguramente Peter estaría allí para atraparla en el aire, abrió los brazos como las alas de una mariposa y feliz, como no lo era desde niña, saltó al vacío.
Se acercó al alfeizar, miró la luz reflejada por la luna, abandonó sus delicadas zapatillas de piel rosada sobre el piso de roble y ayudada por una silla, se subió al mármol aún helado de la ventana. Volvió a buscar la cómplice travesura de las sombras en los muros. No la encontró. Sin embargo, confiada porque seguramente Peter estaría allí para atraparla en el aire, abrió los brazos como las alas de una mariposa y feliz, como no lo era desde niña, saltó al vacío.
08-10-2005
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[1] Un día, cuando tenía dos años, estaba jugando en un jardín, arrancó una flor más y corrió hasta su madre con ella. Supongo que debía estar encantadora, ya que la señora Darling se llevó la mano al corazón y exclamó:
-¡Oh, por qué no podrás quedarte así para siempre!
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[2] Barco del Capitán Garfio.
[1] Un día, cuando tenía dos años, estaba jugando en un jardín, arrancó una flor más y corrió hasta su madre con ella. Supongo que debía estar encantadora, ya que la señora Darling se llevó la mano al corazón y exclamó:
-¡Oh, por qué no podrás quedarte así para siempre!
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[2] Barco del Capitán Garfio.
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2 comentarios:
a mi me decian campanita en la escuela.... muy bello escribis...
Campanita: Me alegro que te gustara!
Te cuento que ambién me he atrevido a entrometerme con otras dos heroínas infantiles Alice y Dorothy.
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