sábado, 27 de diciembre de 2008

TRIGO

.A veces…
despliego la intriga
de una marina ondulación,
enajenando a los montes
de su generoso cobijo,
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(el páramo resurge
con las lluvias).
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Y otras…
enarbolo los cetros
de una fugaz monarquía,
abdicando en los panes
el latido de la tierra,
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(la mesa resplandece
con las cosechas).
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09-09-2006
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¡QUE EL 2009 SEA TAN SABROSO
COMO LOS PANES DE LA RUTA 5!
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domingo, 21 de diciembre de 2008

ANFITRIÓN

(Un cuento de navidad)
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We all know that Santa's coming,
We all know that Santa's coming,
We all know that Santa's coming,
And soon will be here.
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Adaptación contemporánea
de un villancico inglés del S XVI.
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Definitivamente, esta casa es mucho mejor que la otra tan oscura, húmeda y con ese monótono perfume a eternidad, además cuando la gente viene por aquí de visita, trae otra cara, está más alegre y se la ve menos preocupada por ciertas formalidades. Sí, el exceso de protocolo ha hecho de ciertos espacios una sede para la solemnidad y ya se sabe que todo lo que tiene su empaque, seguro que también es pariente del aburrimiento.
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Reconozco que de vez en cuando siento nostalgia por el eco de ciertas voces más templadas pues por aquí la vitalidad, lamentablemente desafina con algunos caprichos infantiles que notablemente se superponen a las reiteradas groserías de los adolescentes y a las respuestas permisivas de sus padres, pero bueno, todo sea por ésta libertad que sabe a helado de crema y dulce de leche.
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En este lugar siempre se ofrece una alternativa, por ejemplo los libros son infinitos pues todos los días aparece uno nuevo con tapas de colores brillantes y letras muy hermosas que ocultan historias apasionantes o en el mejor de los casos ¡imágenes! Maravillosas escenas del mundo, congelados avatares de la luz y de la vida en pequeños rectángulos que prescinden de tantas palabras para hacer emocionar.
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Creo que después de haber pasado años con un solo libro de modestas tapas oscuras y lleno de anécdotas truculentas sobre padres que intentan sacrificar a sus hijos, sobre hijas que pretenden seducir a sus padres y grandes catástrofes naturales que la gente sufre hasta el final de sus días por portarse mal, encontrarse con la vida y obra de un futbolista narrada con las fotos de sus mejores jugadas y suntuosamente encuadernada, es reconciliarse con la lectura y creer de una vez por todas en los héroes de carne y hueso...
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Otra característica que me llena de admiración, es la transparencia interior de mi nuevo hogar, en todos sus pisos las puertas de vidrio permanecen abiertas a cada una de las salas que se ha dedicado a alguna actividad en especial y que por tal motivo se encuentran convenientemente ambientadas con elementos fantásticos: murales con personas bellísimas, muñecos divertidos y lámparas de colores, muebles rarísimos con patas esbeltas como insectos o traslúcidos y azulados semejando bloques de hielo, estantes suspendidos que parecen flotar en el aire, sosteniendo zapatillas prodigiosas, relojes para cronometrar el futuro o seductoras esencias florales.
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La cocina es otra gran novedad, porque aquí permanece habilitada desde muy temprano para que se preparen cuidadas delicias que me encargo de disfrutar una vez que las visitas se retiran. Antes no tenía tantas posibilidades y debía conformarme con unos snacks blancos e insípidos que quedaban guardados en un cofre labrado, eso sí, el vino que consumía allá era incomparablemente más exquisito que las bebidas carbonatadas que tanto atraen a los niños que vienen por aquí. Supongo que ha de ser una cuestión generacional ya que no participo del mismo gusto, aunque hace poco he descubierto en los estantes de la gran despensa de planta baja, varias botellas de un vino burbujeante que me han hecho sentir las estrellas en el corazón.
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Las visitas suelen ser muy elegantes y amables, deambulan recorriendo las distintas salas donde pasan largo tiempo revisando las colecciones expuestas o encontrándose con gente conocida con la que luego se sientan en el comedor para saborear unos pancitos horneados rellenos con una albóndiga de carne picada, queso, tomate, cebolla, lechuga y la misteriosa salsa secreta. Yo me pongo feliz al ver que sus niños, cada vez más gorditos como los querubines de mi antiguo domicilio, se llenan las fauces de bastones de papa crujientes mientras hurgan las bolsas que se llevan, llenas de recuerdos.
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Por las noches todo este trajinar se suspende y es porque el cansancio parece unificarlo todo con las sombras de un aparente silencio. Digo aparente porque tenues susurros sugieren una actividad constante en remotos conductos desconocidos…
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En estas últimas semanas, he prestado atención a algunos cambios significativos, cosa que allá apenas se limitaba a una sacudida del polvo, un lustrar de bronces o la reposición de un clavel marchito, de tanto en tanto. Veo que algunos objetos se destacan más que antes, que las visitas reparan en ellos con mayor atención mientras una sonrisa se les dibuja al saber que finalmente pasarán a las manos de un ser querido. También he visto que todo se ha preparado de una manera muy especial: cintas y ornamentos de colores brillantes circundan el espacio central de esta gran casa, donde un trono espera la presencia de algún invitado que aún desconozco, pero que sin lugar a dudas, debe ser muy importante dado el boato dispuesto para la ocasión.
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Una estrella plateada de puntas afiladas y amenazantes como espadas, que con mucho trabajo colgaron un par de hombres vestidos de overol verde, (toda una novedad en indumentaria, considerando que mis caseros no salían jamás de ese oscuro atuendo), oscila levemente por encima del trono digno de un obispo.
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Finalmente, esta mañana tras algunos arreglos previos a la llegada de las visitas diarias, el huésped de honor ocupó su lugar con gestos sobreactuados. Contrariamente a lo que esperaba, la expectativa y el entusiasmo puestos en su presencia se diluyeron al verlo, porque convertido en el nuevo anfitrión, comenzó a sentar a los niños en sus rodillas y a hablarles con modales melifluos, mientras los padres le festejaban sus sarcásticas carcajadas.
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Pero… ¿Cómo se puede confiar en un viejo perturbado vestido con un atuendo tan ridículo?
Por eso no hice ningún intento por advertirle que los hombres de overol verde habían cometido un error terrible y como afortunadamente, en ese momento ningún niño se encontraba en sus rodillas, dejé que la estrella plateada de puntas afiladas y amenazantes como espadas, se soltara de sus amarras y cayera silenciosamente sobre su cabeza cubierta con un espantoso gorro colorado.
Espero poder continuar viviendo aquí donde soy tan feliz, por cosas así me echaron de la catedral y lamentablemente, tuve que desplegar las alas…
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25-12-2005
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miércoles, 10 de diciembre de 2008

El Packard de los Echenique (II)

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A los dieciséis años ya podía considerarme una digna sucesora de mamá, en “Los Ríos” aprendí todos sus secretos culinarios, recetas como los bizcochos normandos, o el cordero con salsa de duraznos fueron quedando a resguardo de mi caligrafía entre las tapas azules de un cuaderno de cien hojas útiles marca “Éxito”.
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Olvidada mi infantil expulsión, la Señora Echenique me trataba con el frío respeto de los que se sienten pertenecer a una casta superior pero que precisan de las habilidades y saberes que ellos no están dispuestos a desarrollar, vaya a saber por qué estúpida convicción. Mamá pensaba que pronto podría conseguir trabajo en alguna estancia cercana y los Echenique eran muy amigos de los Orzábal, los dueños de Trinidad del Sur cuya cocinera ya estaba vieja y mañosa, por eso me decía que era muy importante que yo mantuviera una comunicación cordial con la Señora Echenique, así en el futuro me recomendaría a sus ricos vecinos.
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Pero mi corazón soñaba otros destinos, me imaginaba lejos de las cocinas ajenas y me veía dueña y señora de la mía, preparándole arroz con leche merengado a un esposo de bucles oscuros y ojos verdes….
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Volví a ver a Esteban un domingo por la mañana. Los Echenique fueron los últimos en llegar a la misa de Santa Rita y su ausencia retrasó el inicio del servicio. Quince minutos más tarde de lo previsto, frente al pequeño atrio estacionó ese magnífico automóvil que ellos usaban para recorrer los callejones de Las Chacras ante los parpadeos de asombro y envidia que dejaba su paso. Todos los rayos del sol que se filtraban por las hojas de los plátanos se estrellaron contra las sinuosidades pulidas del lujoso coche sobre cuyo radiador, las alas extendidas de un cisne parecerían querer liberarse de los destellos cromados para posarse en el estanque de nenúfares de la estancia.
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El primero en bajar fue el Señor Echenique que abrió la puerta de su esposa y la ayudó a descender. Por una promesa no revelada, la Señora Echenique acostumbraba a ir a misa descalza, por lo que su marido extendía una pequeña alfombra hasta los mosaicos del atrio de la capilla evitando así que las plantas de sus pies se empolvaran. Luego descendió un joven de cabellos rubios muy cortos con uniforme de cadete militar y finalmente, Esteban que conducía el imponente descapotable.
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Si bien los lugareños ya estábamos acostumbrados a este tipo de apariciones, la llegada de un total desconocido resaltó el efecto, así que el Señor Echenique interrumpió la expectativa presentando a Augusto Acosta Mena, un sobrino segundo del propietario de “Los Ríos” que habían ido a buscar a la estación de trenes del pueblo para que pasara sus vacaciones estivales.
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Al oír mencionar su nombre recordé el muñeco de mi prima Blanca y un escalofrío posó su mano agorera en mi cuello que pronto se disipó, al ver que Esteban se aproximaba. No me sorprendió que me desconociera, era evidente que ni se acordaba de mi, la misa me pareció interminable y el regreso a casa desolador. Mamá no hizo ninguna referencia al encuentro y ni siquiera me preguntó por qué estaba tan callada y enajenada.
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Al día siguiente la acompañé a la estancia pues la presencia de un nuevo huésped imponía mi ayuda, a media mañana abandoné la cocina para buscar unos quesos y encurtidos conservados en la despensa que se encontraba situada en el galpón de los vehículos y al pasar por la piscina vi a Esteban en animada conversación con Augusto. Se notaba que habían estado nadando porque en la nuca dorada del cadete se condensaban minúsculas gotas, mientras que por el bronceado pecho de quien le diera su nombre a mi muñeco de seda rosada, los hilos brillantes de agua se escurrían con indolencia. Ninguno notó mi paso, ellos seguían riéndose vaya a saber de qué anécdotas de jóvenes despreocupados.
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El galpón de los vehículos era una construcción de ladrillo muy larga y alta, cubierta por un techo de vigas de madera y tejas españolas. Entre sus cabriadas y dada la pendiente pronunciada de cada faldón, albergaba un altillo usado como despensa que se mantenía limpio y ventilado, gracias a la prolijidad de su construcción. Cuatro portones abrían paso a dos tractores una chata y al fantástico auto de los Echenique que era cubierto por una especie de túnica blanca cuando no se usaba. Para llegar hasta la despensa debía subir una empinada escalera de madera, una vez adentro y mientras buscaba las provisiones que necesitaba, recordé con ternura que de niña, solían contarme que allí se alojaba Nicolás Alturria, el viejo mecánico de la estancia que dormía con una manta viva de gatos a quienes llamaba “michipulines”. Sería por eso que jamás llegaban ratones hasta ese sitio, quizás las alimañas aún podían escuchar algún maullido fantasmal entre las vigas del techo. En medio de semejantes evocaciones pude oír un murmullo sofocado, me asusté pensando haber invocado el espíritu del viejo Alturria. Segundos más tarde cuando ya tenía en mi poder un frasco de ajíes en vinagre, otro acople de suspiros se filtro entre las rendijas de madera del piso. Tomé todo lo que había ido a buscar, apagué la lámpara de querosén y salí de la despensa.
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Desde lo alto de la escalera, pude ver en la penumbra del galpón que el automóvil se hallaba sin su túnica, bajé con cuidado y me acerqué para reubicarla. Ni en las sombras, las alas de plata dejaban de brillar su voluntad de vuelo congelada sobre el radiador y entonces un par de respiraciones entrecortadas surgieron desde la profundidad del automóvil y la espalda desnuda y hermosa de Esteban emergió del asiento trasero reproduciendo la misma curva elegante del cisne del Packard, sin alas pero con las manos de Augusto aferradas a sus hombros.
El frasco de ajíes puta parió se deslizó entre mis manos, inexplicablemente rebotó en mi falda y terminó haciéndose añicos contra el paragolpes cromado, una estrella de picante obscenidad quedó dibujada en el piso de cemento alisado mientras mi alarido atravesaba todas las hectáreas de “Los Ríos”.
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Como es de esperar jamás obtuve la recomendación para ser la cocinera de Trinidad del Sur pues todavía no tenía experiencia suficiente, en cambio mamá fue recibida por los Orzábal con gran alegría. De los Echenique no se supo nada más, luego del escándalo fueron echados de “Los Ríos” y se perdieron tras la nube de polvo que dejó su Packard 1935.
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La tarde del incidente de los ajíes llegué a casa, agarré la bolsa de arpillera y me fui hasta las barrancas desde donde la tiré al río. Es sabido que en verano, la creciente siempre se cobra alguna nueva víctima…
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30-03-2008
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lunes, 8 de diciembre de 2008

El Packard de los Echenique (I)

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Con Blanca, nos pasábamos los veranos cosiendo muñecas y descosiendo la vida de los estancieros. Las hacíamos con los trapitos que Doña Romelia, la costurera de Las Chacras, nos regalaba cuando estaba de buen humor cosa bastante rara porque siempre andaba cascando a sus nietas. Las pobres eran un poco chúcaras, pero no merecían terminar de pupilas en la Colonia.
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Mi prima era muy hábil con la aguja y de sus manos salían preciosas niñas de tela que luego lloraban por sus botones azules, yo prefería hacerlas reír con canutillos rojos y coronarlas con frondosas cabelleras de vellón de oveja que a veces conservaban algún abrojo a modo de hebilla.
Las muñecas de Blanca llevaban los nombres de la familia Pellegrini, incluida a la pequeña Ercilia que sacaron de los ranchos, yo que conocía más a los Echenique porque mamá era su cocinera, hacía dormir en sus cunas de latón a los administradores de la estancia “Los Ríos” y a su hijo. Recuerdo que cuando lo cosí, elegí para su cuerpo una seda pálida y rosada que había escapado de la mirada experta de Blanca que casi siempre se quedaba con los mejores recortes para sus muñecos porque según ella, tanto los Orzábal como los Pellegrini, al ser dueños de estancias, tenían que lucir las telas de mejor calidad.
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A escondidas puse en la carita de Esteban dos mostacillas de un verde idéntico a sus ojos, lo vestí con un trajecito de lienzo crudo y le hice oscuros bucles de lana; me quedó tan bonito que pronto se convirtió en mi preferido, pero me llevó tiempo mostrárselo a Blanca porque sabía que se enojaría al ver que uno de mis pequeños rivalizaba con las faldas de organza lila de su Señora Mercedes o las blusas de raso de su presumida Isabel Orzábal. Y así fue, porque a los días de presentar al nuevo integrante de mi familia, ella trajo a un tal Agustín de cabellos de hilo dorado y uniforme azul.
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En las parideras vacías de los conejos imaginábamos interminables historias en las que no faltaban bailes, nacimientos, entierros y bodas de los entelados vecinos. Vivíamos atentas a los acontecimientos familiares y cuando nos enterábamos de alguna noticia que involucraba a los dobles de nuestros muñecos, corríamos a despertarlos y a hacerles reproducir idénticas situaciones. Blanca se las ingeniaba para incorporar en esos juegos, a su extraño monigote de rango militar al que yo no le encontraba ninguna representación entre las numerosas personalidades que de casco en casco se paseaban haciendo sociales, urdiendo vaya a saber que relaciones de gente grande o juntándose con la peonada y el pobrerío los domingos en la capilla de Santa Rita.
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En un lejano verano, Blanca dejó de visitarme y las muñecas se quedaron dormidas para siempre en una bolsa de arpillera. Mamá comenzó a pedirme que la acompañara a “Los Ríos” para que poco a poco fuera aprendiendo lo que ella sabía hacer tan bien. Ya en casa desde muy chiquita me encantaba verla trajinar al borde del fogón, abriendo ollas como una sabia hechicera, sazonando los caldos y los guisos con fragantes polvos colorados que en aquella época a mi me parecían mágicos porque luego su sabor me transportaba al mismísimo reino de la saciedad. Yo la ayudaba alcanzándole zanahorias, hojas de laurel, un jarro con agua o el salero heredado por la abuela que era una joya de cristal concentrando la luz del mediodía sobre la repisa destartalada que teníamos frente a la única ventanita de la habitación.
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Con palitos y ramas secas alimentaba la panza de hierro de la cocina económica, que encendía el calor de una estrella preparada para señalar todos los destinos humanos posibles y gracias a esos pequeños menesteres, yo obtenía mi recompensa lamiendo una cuchara, raspando el dulzón rastro de un bizcochuelo, o disfrutando de los crocantes rebordes de masa sobrante de un pastel de carne.
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En mi época de las muñecas, ya había acompañado a mamá a “Los Ríos” en varias oportunidades y sin responsabilidad alguna, lo que me permitía salir a la galería, no muy lejos de la cocina pues a la Señora Echenique, no le gustaba que los familiares de la servidumbre rondaran por la casa. A Esteban tampoco lo veía mucho, siendo unos años mayor que yo las raras veces que lo crucé en aquellas visitas, el pasaba con la indiferencia de sus ojos verdes y se perdía en el despacho de su padre mientras yo jugaba la rayuela en las baldosas, luego desde la ventana de campo y con melancolía, lo miraba perderse en dirección a la juntura de los ríos, cabalgando un hermoso lobuno malacara.
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Un día que llovía torrencialmente, él se encontraba sentado en un ondulante sillón de mimbre con los ojos cerrados y una oreja orientada en dirección a las barrancas donde los ríos crecidos, pronto rugirían como dos pumas furiosos. Con cierta timidez me atreví a saludarlo y abrió los ojos algo incómodo por haber sido sorprendido en alguna íntima ensoñación, pero su rostro no reflejó fastidio y como si de pronto me descubriera por primera vez, me saludó con modales delicados y hasta quiso saber mi nombre. Al ratito charlábamos como viejos amigos sobre la creciente que llegaría, los paseos en caballo y sus juegos preferidos. Yo le hablé de mis muñecas (sin decirle sus nombres) y se le iluminó el rostro haciéndome prometer que la próxima vez le presentaría a una de mis damitas de trapo. Luego propuso adivinanzas pero justo cuando terminaba de recitar con picardía la primera: “una yegüita mora con riendas en la cola” y como si mi respuesta hubiera sido un pararrayos que atrajera la luz poderosa del relámpago, el trueno en la voz de la Señora Echenique siguió al fogonazo entre las nubes, pronunciando el nombre de su hijo que sin decir una palabra se levantó y desapareció tras una de las tantas puertas de la galería.
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Me quedé sola mientras la lluvia y el viento se ensañaban con las madreselvas del jardín, repitiendo en voz baja y llorando: la aguja, la aguja, la aguja…, una aguja que con ganas hubiera clavado en el corazón de tela y arroz de la muñeca de la Señora Echenique, si en aquella época hubiera sabido de esas prácticas tan sombrías.
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Creo que por largo tiempo no volví a ver a ese muchacho y mamá me dijo que no me llevaría más a “Los Ríos” al menos hasta que cumpliera catorce y pudiera ayudarla mejor. En esos años de espera, yo cosí a mi Esteban, hice que secuestraran a la Señora Echenique con la intención de que terminara ahogada en el río o en el pozo abandonado de los Fernández, pero Blanca se las ingenió para que su Agustín la rescatara a tiempo y luego fuera premiado por su valor con un viaje en compañía de Esteban. No se de qué modo se precipitaron los acontecimientos para que mis muñecas se vieran involucradas en semejante fantasía. Me negué a que mi prima se llevara de paseo por Córdoba, a mi muñeco preferido, porque en el fondo intuía que iba a terminar en el estómago del hipopótamo del zoológico.
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La miré con irá y le arranqué a Esteban de sus manos, ese fue nuestro último juego con los estancieros, ella ya no regresó el verano siguiente y yo preferí guardar a toda la familia Echenique en una bolsa de arpillera que fue a parar al fondo del ropero con algunos vestidos y zapatos viejos que ya empezaban a quedarme chicos.
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miércoles, 12 de noviembre de 2008

CERTEZA DEL REPLICANTE

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“I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the darkness at Tannhäuuser Gate.
All those moments will be lost in time like tears in rain...”
............................................................(De la película Blade Runner).

Cumplo,
con el oscuro
simulacro
de la duda,
y al instante,
el tiempo
despeja
su miseria.
La respuesta
esquiva
el rumbo,
y se columpia
en la cornisa
de mi certeza:
sí.... todo
lo que ví,
mas todo
lo que oí,
se perderá
como el llanto
en medio de
la tormenta.


"...Time to die."

martes, 28 de octubre de 2008

SOPA DE LETRAS

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“...coloque el contenido, en medio litro de agua y revuelva, hasta que rompa el primer hervor...”
Instrucciones para hacer una sopa instantánea marca “El Filósofo Feliz”.
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El Profesor Ovidio, bien sabe que a costa de sus especulaciones metafísicas, ninguno de sus alumnos, hallará las respuestas más apropiadas para vérselas cara a cara con la gigantesca esfinge de la realidad, aun cuando ésta haga preguntas estúpidas desde un televisor, se ponga la máscara de una no menos estúpida rubia y dé como premio al más afortunado de los estúpidos, un millón de dólares.
Por unos instantes, apartará alguno de los libros que lo circundan, desenchufará las voces de los clásicos, que desde el más allá le susurran enunciados y conclusiones, y bostezará pensando en la suerte y su misteriosa (y por ello no menos ominosa) relación con las proporciones anatómicas de los glúteos de cada participante.
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-Puro culo –dirá- algunos deberían hacer de su inodoro un altar.
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Resistirá la tentación de escribir una cartita, jugar un numerito, pero no de destapar una gaseosa para ver si debajo de una tapita se esconde ese cambio de vida tan anhelado.
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Él cumplirá con su horario, respetará el programa.
Y ninguna tapita le destapará el camino de gritos, papeles y amonestaciones.
Será correcto, memorizará.
Y no perderá el presentismo.
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Desconfiará del azar y de todo aquello que no pueda ser demostrado por medio de la razón y de vez en cuando, enarbolará pomposamente las verdades de fe y hasta se animará a apostar su sueldo, con tal de conseguir la atención de sus alumnos.
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-Intenten hallar una grieta en los razonamientos de Santo Tomás y...
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...y sus alumnos jamás lograrán sacarle un centavo.
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El Profesor Ovidio, sonreirá complacido, dejando una horda de adolescentes discutiendo casi convencidos de que Dios existe, al menos hasta el recreo siguiente, en donde el tema se centrará casi con exclusividad en las piernas de la Profesora de Geografía y los ojos del Licenciado en Historia.
El infierno –pensará- es un colegio atestado de adolescentes especializados en emanaciones gaseosas y urgencias sexuales.
La Esfinge, desde el televisor, continuará realizando preguntas estúpidas cuyas respuestas estúpidas, seguirán recibiendo premios increíbles.
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-El Paraíso -pensará- es un shopping center.
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La frivolidad se recompensa con electrodomésticos y la languidez estomacal se reconforta con una rica sopa de letras. Un sorbito, otro sorbito, de a poco, porque se puede quemar. Un pedacito de pan. La tapita de la gaseosa le dice gracias por participar, seguí consumiendo Foca Loca.
Y allá irá a parar la tapita, tras el muro de libros y papeles que cada día crece más y más. Como todos los años, cuando las proporciones de éstos cúmulos atentan contra su seguridad física y amenazan una avalancha, se terminan las clases, se desenchufa el televisor y otra bolsa llena va a ocupar un lugar en ese inefable cuartito del fondo, que parece no tener fondo. Pero, para el final del año falta mucho y la sopita está caliente y rica.
La Esfinge ya no hace preguntas, ahora canta, baila, se contorsiona satisfecha luego de hacer felices a miles de hogares argentinos. Al Profesor Ovidio, casi se le congela la sopa, cuando en un momento, la rubia se da vuelta y exhibe sus pezones con patrióticas escarapelas.
En el plato, las letras escriben azarosamente arethe, mamá, pedo, es hora de dormir. La pava hierve, así que ya puede preparar la bolsa de agua caliente.
El invierno le incomoda muchísimo, es una estación que se cuela bajo las sábanas y lo rasguña sin contemplaciones, lo que le recuerda (como todas las noches de todos los inviernos) que tendrá que comprar una estufita eléctrica, como esa que se ganó el rosarino por haber respondido acertadamente a las preguntas de la rubia con escarapelas en las tetas, que por lo visto, no parece padecer las bajas temperaturas.
Así, entre escalofríos y frazadas rebeldes, caerá en un letargo parecido al sueño, pero que de ninguna manera será un sueño...
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Para el Profesor Ovidio, la mañana no la describe Grieg en Peer Gynt. Lo hace un periodista mesiánico desde una radio histérica donde sus opiniones son más importantes que las noticias.
La sangre se derrama en el desayuno entre las tostadas y la mermelada de naranjas, mientras La esfinge, todavía duerme con sus escarapelas y los paros, los disparos y disparates, se mezclan con las últimas reflexiones para las primeras clases del día.
La mañana. Las clases. Las noticias. Los concursos. Los Seres Necesarios. Los Seres Contingentes. Dios duerme en algún microchip, mientras el Diablo juega a la ruleta rusa en la Bolsa de Valores.
¡Qué lejos se encuentra el Profesor Ovidio, de dominar los verdaderos ejes del bien y del mal!
En esa telaraña que el llama búsqueda del conocimiento, se vuelve un insecto a la espera de ese gran bicho con ojos y bocas de adolescentes que otros denominan El Alumnado.
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-Yo cumplo con mi trabajo –pensará- y repartirá arrugados papelitos con situaciones problemáticas que los alumnos deberán resolver en cuarenta minutos y que (según sus informes) han sido sacadas de la realidad acuciante para que los educandos...
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Oíd mortales, el griiito sagraaaado,
libertad, libertad, libertaaaaaad.
Oíd el ruido de roootas cadeeeenas...
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¡Qué cadenas!
Telarañas...
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Los chicos. El acto. El recreo. El Profesor Ovidio piensa en la mañana siguiente como en la anterior y en las próximas de los años venideros, sucesivas conmemoraciones patrias se acumulan, lo asfixian junto a las libretas, las fotocopias, el sueldito y los chicles en el escritorio del aula. Se siente mal, el invierno le sienta mal, la sopa de letras le sienta mal.
La Esfinge patriota, canta desde el televisor con un gorro frigio algo ladeado, las escarapelas y una licuadora en la mano derecha.
Por primera vez, el Profesor siente la necesidad de beber algo que no sea, la bebida que da vida y recuerda que hay una botella del sabor del encuentro en algún rincón de la heladera. Destapa el envase, se sirve un vaso, otro vaso, otro vaso.
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-Verdades de fe -se le escapa- escarapelas.
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Repara en la tapita, que rodando ha ido a parar a la otra punta de la mesa, por rutina la observa y queda inmóvil: te ganaste una vida nueva profe (esta promoción vence en mayo)...
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Oh juremos con gloria morir,
Oh juremos con gloria moriiiir.
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-Y para continuar la celebración de este 9 de julio, invitamos al Profesor Ovidio para que haga uso de la palabra.
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?-11-1997
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viernes, 17 de octubre de 2008

VENTANAS

¿Alguien vigila?

¿Alguien sobrevive?

¿Alguien sueña?

¿Alguien espía?

¿Alguien trabaja?



¿Alguien recuerda?

sábado, 11 de octubre de 2008

WENDY

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“One day when she was two years old she was playing in a garden, and she plucked another flower and ran with it to her mother. I suppose she must have looked rather delightful, for Mrs. Darling put her hand to her heart and cried, "Oh, why can't you remain like this for ever!"[1]
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JAMES M. BARRIE,
Peter Pan.


Por años, dejó las ventanas de la planta alta entreabiertas. Por años, repitió las mismas historias…
Reunidos a su alrededor, los niños esperaban las palabras, como el polvo mágico de las hadas, esparcido sobre el silencio de las noches invernales. Sentados, con los ojos cerrados, podían sentir entre la alfombra y los tablones de roble, unos milímetros de vacío, una breve sensación de ingravidez ante la sola mención del nombre admirado.
Resultaba fácil reírse así de las manzanas caídas del pobre señor Newton, o disolver la envidia diurna hacia el vuelo de los pájaros, al menos hasta que el crepitar de los leños los hiciera aterrizar de golpe o el sueño los venciera definitivamente y se los llevara en andas hasta el cálido plumón de los acolchados.
La noche, entonces, se deshabitaba de piratas, sirenas y niños perdidos e inauguraba una azul impavidez apenas acotada, de tanto en tanto, con las luces reflejadas caprichosamente por el espejo de la luna.
Ella se mantenía en vela un par de horas más, agregándole a las interminables bufandas, una nueva línea de color con la que seguramente le tacharía el frío al invierno.
A veces, se dormía en el mismo sillón donde hacía un par de horas, tejía y destejía los relatos a bordo del Jolly Roger[2], otras el insomnio la mantenía a raya, con su espada de recuerdos.
En noches desapacibles, prefería irse hasta la cocina y preparar una infusión de hierbas silvestres que luego bebía lentamente, mientras con sus ojos, vigilaba las sombras traviesas proyectadas sobre los muros. Más tarde visitaba los cuartos infantiles, controlando posibles fiebres florecidas en la madrugada, sueños intranquilos, piecitos desamparados del abrigo de las frazadas, así hasta que el cansancio finalmente se dignaba a recostarla en la oscuridad reconfortante de su dormitorio.
Pero últimamente, aún con la casa solitaria, las vigilias nocturnas se volvieron una rutina inquietante que ni siquiera la labor de las agujas y la lana, pudieron sujetar con puntos delicados al tiempo transcurrido en vano.
El pasado le exigía atención, la obligaba a ponerse más expectante con la cercanía de la primavera, y las ventanas que desde hacía mucho tiempo atrás permanecían entreabiertas para satisfacer la infantil fantasía de una visita inesperada, atraparon gran parte de su dedicación nocturna.
Orientó su obeso sillón, para tener una mejor percepción de los vidrios cubiertos con visillos y a pesar de las frías ráfagas que por ellos se colaban, se acurrucaba en una manta y esperaba pacientemente hasta que el sol cambiaba de lugar las sombras de su cuarto de labores.
En algún momento de la noche, su mente recuperó la infancia perdida, las aventuras compartidas con sus hermanos, la voz angustiada de sus padres, las mismas escenas que junto al fuego recreaba fantasiosa, para el regocijo de sus cuatro nietos.
La primavera llegaría con la medianoche….
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Wendy, abrió nuevamente la ventana para recibir a su amigo legendario. No recordaba muy bien cómo era la técnica del vuelo, pero seguramente sería como uno de esos juegos que una vez aprendidos jamás se olvidan.
Se acercó al alfeizar, miró la luz reflejada por la luna, abandonó sus delicadas zapatillas de piel rosada sobre el piso de roble y ayudada por una silla, se subió al mármol aún helado de la ventana. Volvió a buscar la cómplice travesura de las sombras en los muros. No la encontró. Sin embargo, confiada porque seguramente Peter estaría allí para atraparla en el aire, abrió los brazos como las alas de una mariposa y feliz, como no lo era desde niña, saltó al vacío.

08-10-2005
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[1] Un día, cuando tenía dos años, estaba jugando en un jardín, arrancó una flor más y corrió hasta su madre con ella. Supongo que debía estar encantadora, ya que la señora Darling se llevó la mano al corazón y exclamó:
-¡Oh, por qué no podrás quedarte así para siempre!
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[2] Barco del Capitán Garfio.
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martes, 7 de octubre de 2008

CIRCO

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Los baldíos se estremecen…
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De las acrobacias,
un arabesco en la trama del aire…
(el retoño de una enredadera).
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De los malabares,
un aéreo chisporroteo nocturno…
(el fuego de las luciérnagas).
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De los caballos,
un piafar del viento norteño…
(el brinco de algunas semillas).
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En torno al círculo de aserrín,
que la gran carpa dejara,
el follaje de los árboles aplaude,
la efímera algarabía de la vida…
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....................................................26-10-2006
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viernes, 3 de octubre de 2008

IMPLOSIÓN

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“Deberían ellos pensar que la belleza de una ciudad
no consiste sólo en la magnificencia de sus edificios
sino en la grandeza que representan.”
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EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA,
La Cabeza de Goliat (1940)
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“Hace tanto tiempo que llevo esperando que ya casi no recuerdo cuando fue la última vez que el jardín se llenó de voces y música. Eran otros tiempos, la gente se reunía por cualquier pretexto para descorchar una botella y hacer chocar las copas llenas de estrellas.
Todavía recuerdo cuando aún siendo muy joven en aquel verano, se estacionó ese automóvil oscuro y brillante como un contrabajo y descendieron con sus valijas. Sonrieron al verme y en sus pupilas reconocí que estaban a gusto conmigo, es que el día estaba recién inventado y todo olía a pájaros, a menta y a murmullo de arroyo serrano.
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Dejaron sus pertenencias y en un par de horas, luego de desayunar, se pusieron a organizar la fiesta. Había que invitar a los Arca Golis y a los Burgos Ascenso, había que revisar el registro de huéspedes del Gran Hotel para ver quiénes andaban por ahí y así poder enviar las invitaciones correspondientes. Se decidió sacar de la lista a la familia del Bebe, porque después de su muerte ya casi nadie quería tener contacto con ellos, no fuera que la enfermedad todavía rondara por esa casa, que según decían aun conservaba el eco de su tos.
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Aquella fiesta fue una de las mejores. Los colores de los platos, delicadamente dispuestos sobre un mantel impecable como la luna llena, los faroles encendidos del jardín, los músicos que desde un rincón y sin descanso descifraban los misterios sonoros de cada una de las partituras, la gente conversando en pequeños grupos distribuidos aquí y allá mientras otros bailaban, así hasta la madrugada cerca de la hora en que hacia el llano, el negro del cielo se volvía azulado y el sol comenzaba a presentirse.
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Hubo otros veranos, otras celebraciones, pero ninguna como aquella.
También recuerdo algunos otoños. Julios de matinal y silenciosa escarcha, de siestas cálidas y tranquilas, propicias para que los vecinos pintaran sus casas, septiembres rebeldes que inauguraron alguna primavera con una nevada sobre las primeras flores, noviembres de copas lustrosas y aires de jazmines y madreselvas. Maravillosos domingos de diciembre, escuchando el trote de los caballos en la calle, los niños riendo y atándolos en el árbol de la esquina para hacer un alto en casa de Delia, comer unas galletas de naranja, beber un vaso de leche fresca y luego perderse con rumbo a los cerros…
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¿Y las tormentas de verano? Eléctricas, sinfónicas, espléndidas… lacrimosas, un rayo derribó aquel árbol años más tarde cuando los niños, ya convertidos en hombres y repartidos en las avenidas de la capital perdieron la risa, olvidaron el sabor de las galletas, extraviaron el nombre de sus caballos…
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Así llegaron las primeras grietas y el silencio. Años de soledad que instalaron en los rincones los encajes de las arañas y en el jardín la rusticidad de la maleza.
Pero no importa porque desde esta esquina, el cielo continúa pintándose al oeste, prometiendo con cada crepúsculo nuevas esperanzas, sí nuevas voces y ojos, nuevas manos y brazos dispuestos a encontrarme.
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Entiendo, el tiempo no ha sido demasiado generoso conmigo, pero creo que me ha impregnado de una majestad digna de alguno de esos vinos que desde Francia se traían para ser servidos en los salones del Gran Hotel, un medoc, tal vez, como el que se sirvió en la recepción al Presidente. Recuerdo que por aquí fue tan comentada la cena ofrecida que es como si la hubiera presenciado, decían que la comitiva se estacionó al frente de las escalinatas del rosedal y que los trajes de los hombres y los sombreros competían con el azabache del cielo nocturno; que se sirvió, voul' au' vent, pato con trufas, foie grass, creme brulée; que un cuarteto de cuerdas amenizó la velada y que una cantante lírica interpretó arias famosas…
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Ahora, las galerías están abandonadas, los cristales astillados, los balaustres desportillados y los rosedales llenos de otras espinas. El Gran Hotel ya no es lo que era, y casi todos los que por entonces le daban vida cada temporada han muerto, hasta aquel Presidente…
Me emociono… la soledad se confabula para que continúe viviendo de los recuerdos como la última dama que en esta cuadra se resiste a aceptar que ya nada volverá a ser como antes, que aquel esplendor ha sido eclipsado por el olvido. Quizás deba dejarme morir, tengo demasiados años. Pero es que cada amanecer me lo impide, son los pájaros, los mismos pájaros, choznos de aquellos que me vieron nacer en esta misma esquina que renuevan mi fe en el futuro, porque sé que algún alma sensible se acordará de mí, vendrá a mi encuentro para rescatarme de la decadencia…
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Esta mañana amaneció lloviznando, alguien se atrevió con la aldaba de la puerta y silabeó mi nombre: Al-ber-ti-na, escrito en el dintel. Mi corazón se sobresaltó al oírlo, de pronto el jardín se llenó de gente…”
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Noticia publicada en el número más reciente del periódico local El Eco de las Sierras:
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Implosión
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Hemos asistido a un prodigio técnico sin antecedentes en la ciudad, un ensayo que la semana próxima permitirá resolver el estado ruinoso del Gran Hotel.
La vetusta Villa Albertina de la esquina de Progreso y Libertad fue derribada ayer por un equipo de expertos en explosivos que aplicó la técnica de detonación controlada. Luego de una semana de preparativos que calcularon la ubicación exacta de las cargas, la casona edificada en los finales del siglo XIX dentro de la corriente estilística denominada pintoresquismo, fue demolida en cuestión de segundos. Las cubiertas de acusadas pendientes en chapa de zinc acanalada, con cenefas de madera y crestería de hierro fundido, pronto fueron un monte de escombros en medio de una nube de polvo que fue celebrada con los aplausos del público presente.
3-11-2003
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jueves, 2 de octubre de 2008

HAIKU

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Los pescadores
pliegan sus redes rotas,
el mar reanuda…
....................................29-01-2006

miércoles, 1 de octubre de 2008

MISIVA

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Retomar,
una ceremonia de claroscuros, un ritual de caricias y miradas.
Buscar,
un horizonte de latidos en el pecho, expandido por el asombro.
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Nuestros caminos, bifurcados más de una vez, se han entrecruzado otras tantas, quién sabe por qué. Nunca me fui, nunca te fuiste.
El tiempo esa confabulación estúpida de engranajes y estaciones, extravió una respuesta anhelada diez años atrás, mientras tanto yo anduve remontando barriletes, conquistando islas, cazando impalpables fantasmas.
Pero, ¿quién puede atribuirse demasiada tangibilidad?
Entre las sombras, solo he capturado espectros. El amor es un insondable laberinto de gestos, palabras y esperanzas, del que no se puede entrar ni salir sin la cuerda dorada de la complicidad.
Pero, ¿quién puede creerse poseedor de dicho lazo?
Mas vale refugiarse en la prudencia del silencio que aventurar un simulacro de luminosas convicciones...
De aquí en más, podré transparentar mis cansancios y victorias, podré desnudar mi piel y mis temores, podré renunciar a mi inventario de callejones y anónimas madrugadas, pero nunca abandonaré el intento por alcanzar el océano, criando alas y escamas.
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Y allí estarás...

martes, 30 de septiembre de 2008

CACTUS

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Elongarme sediento
y florecer
a brazo extendido…
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Entre las piedras,
duele tanto la sequía,
que apenas consigo del sol,
un matiz para la seda
de mis corolas;
y de la lluvia,
el trago escaso
que dilate mis venas.
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Por eso…
debo espinarme
ante la soledad del desierto.
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..................................................12 -11-2004
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lunes, 29 de septiembre de 2008

POSTALES

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Y pronto,
el océano...
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un pasillo
de agua en
la casa.
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Fotografías:
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........1. Perfiles ondulantes
............de titanio.
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........2. Cirios de mayólica,
...........grúas.
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........3. Mecano,
...........escala uno en uno.
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........4. Capiteles decapitados,
...........fornice.
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Y tal vez
el cielo, otro,
pero el mismo.
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El mismo
cielorraso
de cada mañana.
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..............................Diciembre de 2000
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sábado, 27 de septiembre de 2008

ARAXIA

“La memoria es redundante: repite los signos
para que la ciudad empiece a existir.”

ITALO CALVINO:
Las Ciudades Invisibles.
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En Araxia, ciudad euclidiana, la línea se quiebra lo indispensable para formalizar la catenaria de un cable; el plano se pliega en la esquina y se perfora en una ventana que se abre a otros volúmenes acromáticos.
El espacio urbano podría calificarse con una sola palabra: mínimo. El necesario para organizar una vida silenciosa y ascética.
Así de uniforme es la vida en Araxia, sus habitantes deambulan sin recordar el pasado, sin aventurar un futuro. Apenas retienen los fragmentos crepusculares de cada instante, y así mismo, como insectos que jamás conocerán la noche, cada mañana renuevan su presente, sin evocar la jornada concluida. Por eso, quizás por instinto, apelan a recursos tan triviales, como anudarse una cinta negra en el dedo índice, o dibujarse con tinta china, una estrella en la palma de la mano, así hasta el día siguiente, en que la marca deja de tener significado.
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El museo de Araxia es tan blanco y geométrico como el resto de sus edificios, sin embargo seis de sus siete salas, se hallan vacías.
La séptima sala, exhibe en el muro sur una colección de cintas negras anudadas, que alguna vez intentaron aferrar al presente un compromiso con el futuro o una deuda con el pasado. En el muro norte, sobre un largo estante, en perfecto orden y en botellas idénticas, se conservan las lágrimas de su gente...
¿En qué momento, los habitantes de Araxia, redujeron la vida a tal mínima expresión? Nadie lo puede responder.
Si al patrimonio de Araxia, lo constituyen las lágrimas del olvido y las señales del desencuentro, es algo que aún se puede discutir.
Hay quienes opinan que la alegría y la tristeza, la esperanza y los sueños de otro tiempo, alguna vez se confundieron y quizás por eso los habitantes de Araxia, decidieron renovar la memoria a diario, para no recordar que tarde o temprano, todo perece.
Otros, los más optimistas, sienten que la verdadera identidad de Araxia, aún no ha sido capturada en la séptima sala, porque después de todo, en la efímera carcajada, que de tanto en tanto a los araxianos se les escapa al darse cuenta que absurdamente tienen anudada una cinta negra en el dedo índice o una estrella pintada con tinta china en la palma de la mano, se encuentra la verdadera medida de su tiempo...
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(Escrito el 15-06-2005 para dar una clase sobre patrimonio en la asignatura Arte e Industria Cultural del IPEM 97 Independencia).

miércoles, 24 de septiembre de 2008

martes, 23 de septiembre de 2008

GLOBOS

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Un alambrado me separa del campo de soja desde hace décadas, un desierto de hojas envenenadas que se renuevan y que muchas veces crucé en mi adolescencia para alcanzar el arroyo en busca de helechos y vestigios de comechingones que jamás hallé o para plantar algún mimbre.
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El agua ha inscripto su memoria genética en mi propia historia.
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Un rectángulo verde, un rectángulo pardo, un campo de batalla que conquistaban las víboras, liebres e iguanas cada vez que las sembradoras suspendían por una temporada sus mandobles en la tierra cansada.
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Durmiendo acometían otras escenas:
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¿Cuántos globos azulados
expondrá a los mediodías.
el arado implacable?
¿Cuántas palomas de fuego,
regresará a las tormentas
la cosechadora infame?
Porque los caballos blancos
vuelan bajo sobre el campo.
Porque los nueve astros rojos
se alinean al sudoeste.
Porque los caballos negros
cubren de luces la noche;
y el monte espera indolente
el relámpago de una luciérnaga.
..................................................12-9-1988
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Pero también descendían extrañas naves, florecían origamis, se acababa el mundo… con las sierras de fondo, el alambre de púas oxidadas en primer plano y una banda de sonido wagneriana.
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Cierta mañana mientras desayunaba, un curioso sonido sobrevoló la casa y apenas unos minutos más tarde, por la ventana pude ver un globo aerostático verde y blanco que se posaba tras la copa de algunos árboles, más allá del mar de soja.
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Puede que el territorio de los sueños a veces extienda su soberanía hasta el nuestro.
Puede que la mirada insista en recuperar aquellas imágenes que solo se contemplaron con los ojos cerrados.
Puede que la palabra sea el eje para conciliar la belleza extraviada del mundo onírico con la trivialidad cotidiana.
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