lunes, 31 de octubre de 2011

MALBEC

La vieja de la pensión dormida, despeinada y envuelta en una manta, finalmente te abrió la puerta, me diste la mano y te perdiste en las sombras de la sala. Me quedé un ratito en la vereda, una botella vacía más arrumbada a la espera de los recolectores. Continué solo, como tantas otras noches rumbo a la misma terminal, desde la que partirías rumbo a la cordillera…

Creí que la noche se iba a prolongar un poco más, pero apenas salimos del restaurante, comenzaste a bostezar.

-No estoy aburrido, estoy cansado, necesito dormir.
-Quisiera compartir tu sueño, además ¿cuándo vas a volver?

Nos fuimos acercando a la pensión donde ibas a pasar la última noche en Córdoba. Las letras rojas y amarillas del cartel latieron. Mi corazón se sacudió…

El mozo trajo la botella de malbec. La presentó y la descorchó, vertió un poco en la copa.

-Este honor te corresponde.
-Gracias.

Tomaste la copa, la miraste al trasluz, te colmaste de su aroma, diste un sorbo. El rostro se te iluminó y dijiste:

-Hacía mucho tiempo que no bebía un malbec tan bueno.

Luego brindamos. Nos cansamos de brindar en una cena que se prolongó hasta las tres de la mañana.

-Creo que cuando el Amador te besaba, realmente quería decirte algo.
-Sí me di cuenta, pero yo estaba con vos, ¿sabés?

Me conmovió cierto brillo triste en tu mirada, te tomé de la mano, pensé en los 700 km que separaban nuestras historias, en los viñedos y la nieve, en tu cuerpo desnudo…

Despedimos al Amador con el mismo asombro que lo vimos llegar. Nos atrajo a su pecho, te miró y te obligó a repetir una frase sobre la felicidad. Nos besamos. Habíamos avanzado por la avenida los tres: el Amador entre nosotros, abrazándonos. Nadie nos dio la menor importancia. Es curioso lo socialmente lícitos que se vuelven los triángulos. El Amador insistió para que intercambiáramos teléfonos y direcciones de correo electrónico, Nos cubrió de recomendaciones y palabras acariciantes.

-A la luz se veía diferente, demasiado real... La ropa, esta situación pública, cambian un poco los roles. No somos lo que fuimos en las sombras de esas duchas…

Por primera vez la luz me reveló tu rostro. La oscuridad, ya me había otorgado los dominios de tu cuerpo: la calidez de tu espalda, el vello de tu pecho, los latidos de tu sexo. Bajo las duchas el Amador se dedicó a enjabonarnos, sus manos se desplazaron con una sensualidad diferente, enérgica, con la clara intención de poner énfasis en la desnudez de nuestra piel, yo te abracé y te besé una vez más, mientras lo dejábamos hacer, arrobados…


Estábamos juntos, relajados en la oscuridad de un rincón riéndonos de nuestras anécdotas, cuando Él apareció. Pidió permiso para participar de la conversación, casi una sombra, casi un fantasma, una voz hipnótica que se apoderó de nuestras manos:

-El sagitariano tiene manos que denotan sensualidad, el libriano debe estar involucrado en cuestiones artísticas.

Luego como un ciego, recorrió nuestros rostros, reconoció nuestros cuerpos desnudos, nos abrazó y besó.

-¿Quién sos? Pregunté.
-Un Amador.

Perdí al Licenciado en un laberinto de vapor, al abrir una puerta, tu cuerpo moreno y desnudo se ofreció a mi boca sedienta como víctima propiciatoria sobre un ara sagrada. Te acaricié con los labios, tus manos se enredaron en mi pelo y se te escapó un gemido. Me pediste que fuéramos a un lugar más tranquilo y nos refugiamos en un rincón oscuro. Sentí que en esa piel había historias, sueños, deseos, amores, que esos brazos anhelaban otros brazos que soñaran y amaran.
Quise quedarme, comenzamos a hablar, me dijiste que eras mendocino, que disfrutabas del malbec, que siempre que venías a Córdoba, terminabas enamorándote de alguien.

-Me llamo Orlando, tengo 32 años y vendo vinos. ¿Te vas a acordar de mí…?
-Tanto que escribiré...

La calle estaba muy fría, así que cuando traspasé la puerta, la primera sensación fue de alivio. Luego vino la sorpresa: envuelto en un toallón y sentado en una mesa del bar, el Licenciado bebía un trago. Me miró asombrado, no esperaba encontrarme allí.

-¿Qué esperás de mí?
-Yo sabía que usted iba a estar aquí.
-Estás aprendiendo mis poderes, ¿Qué esperás de mí?
-(Orquídeas y diamantes) Hoy no tengo planes. Pensé que quizás podríamos compartir una charla y una botella de vino.
-Claro, estarás aburrido. Desaparecé…

Me sentía solo, el famoso Licenciado no había dado señales de vida. Tenía ganas de estar con alguien, de compartir mis latidos, sentir que la sangre aún corría en mis venas guardando memoria de la vida, como un buen vino, como el malbec.