domingo, 2 de diciembre de 2012

CAPISTRANO

 
Pasan los años y acariciar los postigos borgoña de aquella esquina con vista a las canteras, me sigue produciendo el mismo escalofrío que las estampidas explosivas del cerro, pero la infancia se quedó en alguna baldosa, en la trama nacarada de unas cortinas que se corrieron para ocultar la luz y la mentira, en el fango de una carretilla oxidada y dispuesta para criar los renacuajos rescatados del lago del Sierras Hotel.
 
Fueron acumulándose domicilios, vendavales, obtusas miradas que engendraron el rencor entre un naranjo y un mandarino. El arca celeste invadida por las abejas y manzanillas, aquel servicio de té de juguete, una casita de madera con ornamentos de papel crepé rosado, al pie del seíbo joven. El enorme armario de roble pintado de gris platinado, para proteger los juguetes de las goteras estivales.
 
Un conejo blanco huyendo de la creciente.
Un perro ratonero llamado Arlequín.
Un gato amarillo durmiendo con el conejo.
 
Entre las uñas, las astillas azuladas de esos muros prefabricados, las flores de un empapelado oriental desojada por el llanto, la penitencia y la ignorancia. En la penumbra de las tardes, una ciudad de ladrillos de colores, el aroma de los crayones, el talco nevando los pesebres montados con espejos, ornamentos quebrados y un sable dorado envuelto en celofanes.
 
La abuela bruja, levantando la tapa de la olla para dejar ver las patas amarillas de la gallina que era mi mascota…
 
La abuela hada, levantando los secretos de las aljabas, la infusión de mimosa, la tortilla de papas y verdeo…
 
Escarapelas de niebla y silencio, de luto y celebración. Raquíticos reflejos en los espejos de la desidia, encintados, entintados, enrulados. Calas bebiendo el agua jabonosa de los lavaderos, un hermoso Golden Retriever, muriendo en la siesta, una tortuga devorada por las hormigas coloradas del atardecer bajo el cerco de uvitas silvestres.
 
Los tíos del campo, el olor de las crines de un caballo trotando en la mañana, la desaparición de los chañares y tuscales el mismo día en que los silos de ladrillo dejaron de pautar los alfalfares y se volvieron marciano viento colorado.
Diez velas emergiendo del chocolate, un cuaderno inmaculado y la casa nueva, invulnerable a los insultos frente a un territorio inmenso de venenosas legumbres e inventadas arqueologías.
 
Una cruz del sur amarrada a la caligrafía de un puñado de mediocres poemas infantiles…
 

Ya no importa si estas líneas corresponden al día en que escribo, al fin y al cabo ni pasado ni futuro implican un desacuerdo para este presente que se evapora como la tarde primaveral en Altaria, como la danza violácea de las golondrinas nacidas en Capistrano que hoy sobrevuelan el corazón de mi predestinada soledad urbana…
 

1 comentario:

nfer dijo...

Gracias, has despertado recuerdos hermosos en mí.

Quizá sean recuerdos falsos, quizá verdaderos y minimizados o agigantados por esa "loca de la casa" que es la memoria...un momento de felicidad por día me basta para seguir adelante.