martes, 5 de julio de 2011

CELDA


...Al principio, uno abre los ojos sabiendo que no verá demasiado, que la soledad seguirá instalada entre la penumbra y el silencio, que el tiempo ha quedado reducido a un ciclo de latidos, respiración y sueño. El olfato se ha fatigado por tanta suciedad y la lengua, apenas se ha acostumbrado a rústicos y precarios elementos...

...pero tenía el aire y me alcanzaba con el sol. Contaba con las piernas para garantizar las distancias, el descubrimiento, el dolor y el asombro.

El encierro ha ido vaciando al oído de sílabas, arrinconando los pensamientos en el último ángulo limpio de telarañas, entre los huesos del cráneo y los ladrillos del muro; ese muro que es un pretexto para los otros, los que no fueron levantados con piedra y argamasa, los que se perciben en las sienes y la garganta, como nudos y golpes, como sólidos planos que oprimen los sueños.
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Cuando me trajeron, mi cuerpo era un envoltorio de señales, un juguete descompuesto por manos perversas, las mismas que intentaron doblegar hilada sobre hilada, mi voluntad. En ese momento, el cuerpo se manifestó como una segunda cárcel, un recinto de espinas y sangre que el olvido se encargó de sanar perezosamente.
Las cicatrices nos quedan para recordar con el tacto cada repliegue de tiempo y horror, cada magulladura de estupidez, cada nudo de arrebatadora inclemencia; descubrí las huellas el día en que la soledad había agotado su repertorio de hastío y cuando el muro que tenía por delante, comenzó a reflejar mis antiguos dolores y miedos.
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En el ángulo superior izquierdo coincidiendo con mi ceja, había una pequeña grieta del revoque, al principio juzgué a mi imaginación por intentar tan burda simetría del tormento pero pronto me acostumbré a esos pequeños hallazgos: la réplica de mis labios resecos, entreabiertos y mostrando los dientes como el mortero entre los ladrillos o la magulladura del pómulo derecho en una ligera protuberancia del muro. Descubrirme en la pared, ayudó a seccionar una severa porción de la soledad pues había en ese “otro yo murario” una enigmática interpretación de mis evocaciones, una puerta hacia otros retazos de tiempo, profundamente archivados en la memoria.
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Así, la superficie fue reconstruyendo lentamente, antiguos diálogos, lejanos paisajes, conciertos completos a los que asistiera con amigos, el claroscuro de un cuadro que fugazmente me retuviera una tarde invernal. Pero llegó el momento en que descifré la totalidad del muro y este comenzó a desdibujarse como todas aquellas cosas que se hacen demasiado conocidas y se vuelven invisibles o nos son indiferentes.
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El sensible aumento del espacio me asustó, el cuadrado se había convertido en un rectángulo, allí donde estaba mi pared había un plano oscuro. No me interesaba confirmar su solidez aunque parecía el acceso a un túnel o el negro telón de un escenario. Esa nueva frontera comenzó a atormentarme con la doble idea de poder huir, o el riesgo de estrellarme contra un ciego paredón.
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La angustia me refugió en el rincón opuesto, entre la agitación y la inmovilidad de un sueño forzosamente prolongado, hasta que pasado el temor, acepté a convivir con la sombra de mi indecisión.
Poco a poco la curiosidad se impuso sobre el túnel y el golpe, y mis ojos se atrevieron a lo desconocido, la oscuridad se transformó en penumbra y finalmente en luz.
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Ante mí, se presentaba una nueva habitación en cuyo extremo se observaba un vano que conducía a alguna especie de corredor. Al principio la escena, por lo estática, transparentaba el típico sosiego de una fotografía, la ausencia de una tercera dimensión, hasta que mi mano se atrevió a disolver el efecto, hasta que un paso y otro, me introdujeron en ese nuevo espacio del encierro. Inmediatamente recuperé el sentido de la fuga y busqué el corredor, sobre el que una serie de entrantes y salientes proyectaban sombras y difundían una luz tamizada sin origen certero.
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Caminé durante horas en línea recta por un pasadizo profundo, pero al salir sólo había llegado al lugar de partida, por más que intentara nuevos itinerarios a la izquierda o a la derecha, siempre regresaba al mismo sitio: me cansé de caminar, pero no de buscar.
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Hallé una escalera, descendí en espiral, ascendí en línea recta… el laberinto proyectado también en estas direcciones, retornaba a los tres grises planos de mi celda originaria, mas no desesperé.
Sabiendo que ahora me convertiría en el prisionero de mi vastedad, continué buscando. Con el tiempo, los planos laterales se hicieron más lejanos y se perdieron más allá de una intrincada red de columnas y dinteles, o de planos perforados que mostraban otros planos y así hasta el infinito, escondiendo una puerta, la única puerta abierta, que me regresara el cielo, el viento y los pájaros.
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Luego de cruzar siete recintos y caminar por un pasillo que se abría en una amplia curva, luego de subir tres niveles y de asomarme por catorce ventanas interiores, caí dormido.
Me despertó la lluvia, sí la lluvia. Sentir el agua por mi cuerpo desnudo, abrir los ojos y ver el cielo en una de sus más sublimes indecisiones, conjugando agua, sol y trueno...


Llegaron tarde, como siempre, pero encontraron una especie de celda subterránea, con una puerta superior asegurada por medio de un candado oxidado...
...costó bastante quitarlo, abajo, solo se hallaron los harapos de lo que había sido la vestimenta de un hombre...
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10 de octubre de 1995
 

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