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La funcionalidad de los edificios solo puede evaluarse con el paso del tiempo, una vez que son apropiados por sus usuarios. De este modo es posible verificar si el impacto de la intervención fue positivo o si provocó nuevas situaciones conflictivas.
Desde su inauguración, la Estación Terminal de Transportes de Alta Gracia (ETTAG) generó innumerables expectativas porque venía a resolver un déficit con un programa y una imagen destinados a rescatar el perfil turístico de la ciudad, pero transcurridos los años, ciertos propósitos quedaron en el camino.
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Más allá de la mala administración de la que pudo ser objeto, su fracaso comercial y funcional es resultado de haberla concebido como un factor de desarrollo de la zona.
Las estaciones terminales son “no lugares”, espacios de tránsito que apenas propician el encuentro, carecen de un registro que las haga identificables en la memoria, deterioran la red vial, generan áreas de perturbación y contaminación ambiental. La incorporación de actividades comerciales en su diseño, responde a la necesidad de equilibrar las fluctuaciones en la ocupación del edificio, (por seguridad y eficiencia funcional) entre las llegadas y salidas en horas pico y el tiempo remanente en frecuencias distanciadas.
El emplazamiento elegido para la ETTAG, no fue el más adecuado: un sector peri-urbano de baja consolidación, que motivó un extenso recorrido por calles de zonas residenciales para la llegada y partida de ómnibus vacíos y una oferta comercial carente de una escala urbana convocante que garantizara un uso mínimo.
Si se apuesta al desarrollo, un gran edificio sin gente, que demanda un alto costo de mantenimiento, es un desacierto conceptual en el planeamiento urbano de esta ciudad que debe ser resuelto con inteligencia creativa.
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Versión corregida del original escrito
para la edición 174 de Sumario.
24 de octubre de 2003.
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