.Cada vez que entre mis alumnos propongo materializar una de las ciudades invisibles de Ítalo Calvino, es inevitable que alguno de los modelos a escala presentados no termine siendo un rejunte de cajitas de remedios tijereteadas y pegoteadas con cinta, hecho a último momento ante el fastidio de los padres. A pesar del previo análisis de texto y las pautas establecidas por la guía del trabajo práctico sobre sistemas tecnológicos, la precariedad y el olvido terminan adjudicándose una nota por debajo de la promoción y el enojo del aplazado, que a la salida de la clase pateará su pobre versión de Zenobia a un rincón del aula, recreando sin saberlo, una escena de las viejas películas de Godzilla.
Sucumbiendo bajo los golpes de dos actores disfrazados de monstruos, aquellas maquetas cinematográficas no disimulaban su falta de detalle pero tampoco dejaban dudas sobre su morfología arquitectónica: torres prismáticas, reticuladas, ocasionalmente atravesadas por balcones, remates escalonados coronados con antenas y mástiles. Escasas referencias a un pasado histórico, eran ciudades modernas, inmaculadas, diseñadas para ser destruidas por mutantes, los reales protagonistas de la pantalla.
La virtualidad nos despojó de esos escenarios de cartón, sin embargo en el ámbito de los negocios inmobiliarios, aún con herramientas de representación más sofisticadas, las maquetas se siguen construyendo quizás para tentar al niño que habita en cualquier potencial comprador.
.
.Hace poco, recorriendo un centro comercial, me crucé con lo que a primera vista creí que se trataba de la presentación de una línea de productos para el cabello: en un exhibidor dos enormes envases de shampoo, componían el centro de atraccíon del stand que se complementaba con planos y perspectivas. Pues... resultó ser la maqueta de dos torres de departamentos.
Recordé las ciudades de tetrabricks y tapas plásticas de mis alumnos y pensé que la literalidad, también había llegado a la arquitectura, probablemente desde las páginas de alguna revista de diseño, que como publicaciones pornográficas, siempre se han complacido en estrangularnos el amor propio de arquitectos tercermundistas, con un objeto del deseo imposible de alcanzar. Y si Norman Foster le sirvió a Londres un pepino
(Torre Swiss Re) y Jean Nouvel le puso un supositorio a Barcelona
(Torre Agbar), ¿por qué un estudio local, no podría lavarle la cabeza a Córdoba? Una solución para su problema de caspa, consecuencia de las innumerables demoliciones de edificios de valor patrimonial.
Ya hace un tiempo que la arquitectura reflexiva, respetuosa de los modos de vida, impulsora de una tecnología regional e intérprete de nuestra historia, ha sido sustituida por las urgencias del mercado que ha convertido a la ciudad en una góndola donde exhibir sus productos masivos, rotulados y numerados con códigos de barra corporativos, sin el talento de la trayectoria, ni la rebeldía de la innovación. Mediocres edificios que no serán conservados como preciosos frascos de perfume y que seguirán amontonándose al borde de las calles cordobesas como envases de gente, robándose el sol, la vista a las sierras, aguardando un final digno de película clase B.
.
.