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La luz se repliega en las sombras de los mechinales y pilastras barrocas del patio de honor jesuítico; reverbera por el agua y el follaje sobre las piedras del tajamar; enciende los ladrillos y exalta angulosos aleros en la estación de trenes; glorifica los restaurados ornamentos de altas fachadas, ondula la textura de las tejas, se escalona racional entre los volúmenes de contemporáneas construcciones….

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El paisaje urbano de Alta Gracia, se convierte en un vasto coto para el cazador de imágenes, una oportunidad única para descubrir itinerarios que lo lleven a diferentes momentos históricos: el legado jesuítico, la impronta inglesa, la huella inmigrante, el gesto nacionalista, la cita moderna. Sin embargo, todo el asombro que estos muros en su elegancia y elocuencia despiertan, se ve eclipsado por la aparición de otros muros edificados sobre los cimientos del temor, el individualismo y la arrogancia.
El paisaje urbano de Alta Gracia, se convierte en un vasto coto para el cazador de imágenes, una oportunidad única para descubrir itinerarios que lo lleven a diferentes momentos históricos: el legado jesuítico, la impronta inglesa, la huella inmigrante, el gesto nacionalista, la cita moderna. Sin embargo, todo el asombro que estos muros en su elegancia y elocuencia despiertan, se ve eclipsado por la aparición de otros muros edificados sobre los cimientos del temor, el individualismo y la arrogancia.
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La luz se desmaya sobre insípidos murallones que ocultan jardines y edificios singulares como el antiguo hotel Londres/Oberá, en un fenómeno que podría asimilarse a la necesidad de poner límite a la hostilidad del entorno, constituido por una comunidad que cada vez se conoce menos.
En las viviendas, la seguridad perdió su libertad tras los bloques de cemento y la intimidad llevada al paroxismo expulsó las miradas a la calle, aislando al grupo humano que albergan, de la sociedad a la que pertenecen.
La luz se desmaya sobre insípidos murallones que ocultan jardines y edificios singulares como el antiguo hotel Londres/Oberá, en un fenómeno que podría asimilarse a la necesidad de poner límite a la hostilidad del entorno, constituido por una comunidad que cada vez se conoce menos.
En las viviendas, la seguridad perdió su libertad tras los bloques de cemento y la intimidad llevada al paroxismo expulsó las miradas a la calle, aislando al grupo humano que albergan, de la sociedad a la que pertenecen.
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Pero el paisaje urbano, es un bien público, una construcción social que hace de la ciudad un espejo en donde se reconocen los caracteres que identifican a sus habitantes, es por este motivo el mayor recurso turístico de Alta Gracia y como tal debe preservarse. La profusión de estas insensibles intervenciones lejos de satisfacer la necesidad particular de seguridad e intimidad, solo contribuye a la degradación visual del patrimonio arquitectónico y a la inseguridad en la calle, que desprovista de la amable mirada del vecino, se convierte en tierra de nadie.
Pero el paisaje urbano, es un bien público, una construcción social que hace de la ciudad un espejo en donde se reconocen los caracteres que identifican a sus habitantes, es por este motivo el mayor recurso turístico de Alta Gracia y como tal debe preservarse. La profusión de estas insensibles intervenciones lejos de satisfacer la necesidad particular de seguridad e intimidad, solo contribuye a la degradación visual del patrimonio arquitectónico y a la inseguridad en la calle, que desprovista de la amable mirada del vecino, se convierte en tierra de nadie.
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Escrito para la edición 205 de Sumario,
8 de febrero de 2005.
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