domingo, 21 de diciembre de 2008

ANFITRIÓN

(Un cuento de navidad)
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We all know that Santa's coming,
We all know that Santa's coming,
We all know that Santa's coming,
And soon will be here.
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Adaptación contemporánea
de un villancico inglés del S XVI.
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Definitivamente, esta casa es mucho mejor que la otra tan oscura, húmeda y con ese monótono perfume a eternidad, además cuando la gente viene por aquí de visita, trae otra cara, está más alegre y se la ve menos preocupada por ciertas formalidades. Sí, el exceso de protocolo ha hecho de ciertos espacios una sede para la solemnidad y ya se sabe que todo lo que tiene su empaque, seguro que también es pariente del aburrimiento.
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Reconozco que de vez en cuando siento nostalgia por el eco de ciertas voces más templadas pues por aquí la vitalidad, lamentablemente desafina con algunos caprichos infantiles que notablemente se superponen a las reiteradas groserías de los adolescentes y a las respuestas permisivas de sus padres, pero bueno, todo sea por ésta libertad que sabe a helado de crema y dulce de leche.
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En este lugar siempre se ofrece una alternativa, por ejemplo los libros son infinitos pues todos los días aparece uno nuevo con tapas de colores brillantes y letras muy hermosas que ocultan historias apasionantes o en el mejor de los casos ¡imágenes! Maravillosas escenas del mundo, congelados avatares de la luz y de la vida en pequeños rectángulos que prescinden de tantas palabras para hacer emocionar.
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Creo que después de haber pasado años con un solo libro de modestas tapas oscuras y lleno de anécdotas truculentas sobre padres que intentan sacrificar a sus hijos, sobre hijas que pretenden seducir a sus padres y grandes catástrofes naturales que la gente sufre hasta el final de sus días por portarse mal, encontrarse con la vida y obra de un futbolista narrada con las fotos de sus mejores jugadas y suntuosamente encuadernada, es reconciliarse con la lectura y creer de una vez por todas en los héroes de carne y hueso...
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Otra característica que me llena de admiración, es la transparencia interior de mi nuevo hogar, en todos sus pisos las puertas de vidrio permanecen abiertas a cada una de las salas que se ha dedicado a alguna actividad en especial y que por tal motivo se encuentran convenientemente ambientadas con elementos fantásticos: murales con personas bellísimas, muñecos divertidos y lámparas de colores, muebles rarísimos con patas esbeltas como insectos o traslúcidos y azulados semejando bloques de hielo, estantes suspendidos que parecen flotar en el aire, sosteniendo zapatillas prodigiosas, relojes para cronometrar el futuro o seductoras esencias florales.
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La cocina es otra gran novedad, porque aquí permanece habilitada desde muy temprano para que se preparen cuidadas delicias que me encargo de disfrutar una vez que las visitas se retiran. Antes no tenía tantas posibilidades y debía conformarme con unos snacks blancos e insípidos que quedaban guardados en un cofre labrado, eso sí, el vino que consumía allá era incomparablemente más exquisito que las bebidas carbonatadas que tanto atraen a los niños que vienen por aquí. Supongo que ha de ser una cuestión generacional ya que no participo del mismo gusto, aunque hace poco he descubierto en los estantes de la gran despensa de planta baja, varias botellas de un vino burbujeante que me han hecho sentir las estrellas en el corazón.
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Las visitas suelen ser muy elegantes y amables, deambulan recorriendo las distintas salas donde pasan largo tiempo revisando las colecciones expuestas o encontrándose con gente conocida con la que luego se sientan en el comedor para saborear unos pancitos horneados rellenos con una albóndiga de carne picada, queso, tomate, cebolla, lechuga y la misteriosa salsa secreta. Yo me pongo feliz al ver que sus niños, cada vez más gorditos como los querubines de mi antiguo domicilio, se llenan las fauces de bastones de papa crujientes mientras hurgan las bolsas que se llevan, llenas de recuerdos.
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Por las noches todo este trajinar se suspende y es porque el cansancio parece unificarlo todo con las sombras de un aparente silencio. Digo aparente porque tenues susurros sugieren una actividad constante en remotos conductos desconocidos…
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En estas últimas semanas, he prestado atención a algunos cambios significativos, cosa que allá apenas se limitaba a una sacudida del polvo, un lustrar de bronces o la reposición de un clavel marchito, de tanto en tanto. Veo que algunos objetos se destacan más que antes, que las visitas reparan en ellos con mayor atención mientras una sonrisa se les dibuja al saber que finalmente pasarán a las manos de un ser querido. También he visto que todo se ha preparado de una manera muy especial: cintas y ornamentos de colores brillantes circundan el espacio central de esta gran casa, donde un trono espera la presencia de algún invitado que aún desconozco, pero que sin lugar a dudas, debe ser muy importante dado el boato dispuesto para la ocasión.
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Una estrella plateada de puntas afiladas y amenazantes como espadas, que con mucho trabajo colgaron un par de hombres vestidos de overol verde, (toda una novedad en indumentaria, considerando que mis caseros no salían jamás de ese oscuro atuendo), oscila levemente por encima del trono digno de un obispo.
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Finalmente, esta mañana tras algunos arreglos previos a la llegada de las visitas diarias, el huésped de honor ocupó su lugar con gestos sobreactuados. Contrariamente a lo que esperaba, la expectativa y el entusiasmo puestos en su presencia se diluyeron al verlo, porque convertido en el nuevo anfitrión, comenzó a sentar a los niños en sus rodillas y a hablarles con modales melifluos, mientras los padres le festejaban sus sarcásticas carcajadas.
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Pero… ¿Cómo se puede confiar en un viejo perturbado vestido con un atuendo tan ridículo?
Por eso no hice ningún intento por advertirle que los hombres de overol verde habían cometido un error terrible y como afortunadamente, en ese momento ningún niño se encontraba en sus rodillas, dejé que la estrella plateada de puntas afiladas y amenazantes como espadas, se soltara de sus amarras y cayera silenciosamente sobre su cabeza cubierta con un espantoso gorro colorado.
Espero poder continuar viviendo aquí donde soy tan feliz, por cosas así me echaron de la catedral y lamentablemente, tuve que desplegar las alas…
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25-12-2005
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Amé!
Imaginé a un niño todo el tiempo!
Gracias por cosas...por cosas como esta, Walt.

Walterio dijo...

Nene: Es el cuento que te había prometido, el agradecido en este caso soy yo, porque después de 3 años capaz que esté un poco desteñido y ya no siento ganas de darle una nueva mano de pintura, así que es mejor que se ventile por acá.

nella dijo...

extraño, todo el tiempo tuve la sensación de que el personaje, era un espíritu habitando la casona. Al final desplegó alas.

Walterio dijo...

En realidad se trata de un ángel travieso expulsado de la catedral, que encontró su nuevo hogar en un shopping center.