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viernes, 7 de diciembre de 2018

ROSAS

La casa italianizante de calle San Martín 176, 
guarda un secreto de mil rosas amarillas 
esgrafiadas sobre el almohadillado de su fachada:




martes, 5 de julio de 2011

CELDA


...Al principio, uno abre los ojos sabiendo que no verá demasiado, que la soledad seguirá instalada entre la penumbra y el silencio, que el tiempo ha quedado reducido a un ciclo de latidos, respiración y sueño. El olfato se ha fatigado por tanta suciedad y la lengua, apenas se ha acostumbrado a rústicos y precarios elementos...

...pero tenía el aire y me alcanzaba con el sol. Contaba con las piernas para garantizar las distancias, el descubrimiento, el dolor y el asombro.

El encierro ha ido vaciando al oído de sílabas, arrinconando los pensamientos en el último ángulo limpio de telarañas, entre los huesos del cráneo y los ladrillos del muro; ese muro que es un pretexto para los otros, los que no fueron levantados con piedra y argamasa, los que se perciben en las sienes y la garganta, como nudos y golpes, como sólidos planos que oprimen los sueños.
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Cuando me trajeron, mi cuerpo era un envoltorio de señales, un juguete descompuesto por manos perversas, las mismas que intentaron doblegar hilada sobre hilada, mi voluntad. En ese momento, el cuerpo se manifestó como una segunda cárcel, un recinto de espinas y sangre que el olvido se encargó de sanar perezosamente.
Las cicatrices nos quedan para recordar con el tacto cada repliegue de tiempo y horror, cada magulladura de estupidez, cada nudo de arrebatadora inclemencia; descubrí las huellas el día en que la soledad había agotado su repertorio de hastío y cuando el muro que tenía por delante, comenzó a reflejar mis antiguos dolores y miedos.
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En el ángulo superior izquierdo coincidiendo con mi ceja, había una pequeña grieta del revoque, al principio juzgué a mi imaginación por intentar tan burda simetría del tormento pero pronto me acostumbré a esos pequeños hallazgos: la réplica de mis labios resecos, entreabiertos y mostrando los dientes como el mortero entre los ladrillos o la magulladura del pómulo derecho en una ligera protuberancia del muro. Descubrirme en la pared, ayudó a seccionar una severa porción de la soledad pues había en ese “otro yo murario” una enigmática interpretación de mis evocaciones, una puerta hacia otros retazos de tiempo, profundamente archivados en la memoria.
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Así, la superficie fue reconstruyendo lentamente, antiguos diálogos, lejanos paisajes, conciertos completos a los que asistiera con amigos, el claroscuro de un cuadro que fugazmente me retuviera una tarde invernal. Pero llegó el momento en que descifré la totalidad del muro y este comenzó a desdibujarse como todas aquellas cosas que se hacen demasiado conocidas y se vuelven invisibles o nos son indiferentes.
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El sensible aumento del espacio me asustó, el cuadrado se había convertido en un rectángulo, allí donde estaba mi pared había un plano oscuro. No me interesaba confirmar su solidez aunque parecía el acceso a un túnel o el negro telón de un escenario. Esa nueva frontera comenzó a atormentarme con la doble idea de poder huir, o el riesgo de estrellarme contra un ciego paredón.
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La angustia me refugió en el rincón opuesto, entre la agitación y la inmovilidad de un sueño forzosamente prolongado, hasta que pasado el temor, acepté a convivir con la sombra de mi indecisión.
Poco a poco la curiosidad se impuso sobre el túnel y el golpe, y mis ojos se atrevieron a lo desconocido, la oscuridad se transformó en penumbra y finalmente en luz.
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Ante mí, se presentaba una nueva habitación en cuyo extremo se observaba un vano que conducía a alguna especie de corredor. Al principio la escena, por lo estática, transparentaba el típico sosiego de una fotografía, la ausencia de una tercera dimensión, hasta que mi mano se atrevió a disolver el efecto, hasta que un paso y otro, me introdujeron en ese nuevo espacio del encierro. Inmediatamente recuperé el sentido de la fuga y busqué el corredor, sobre el que una serie de entrantes y salientes proyectaban sombras y difundían una luz tamizada sin origen certero.
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Caminé durante horas en línea recta por un pasadizo profundo, pero al salir sólo había llegado al lugar de partida, por más que intentara nuevos itinerarios a la izquierda o a la derecha, siempre regresaba al mismo sitio: me cansé de caminar, pero no de buscar.
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Hallé una escalera, descendí en espiral, ascendí en línea recta… el laberinto proyectado también en estas direcciones, retornaba a los tres grises planos de mi celda originaria, mas no desesperé.
Sabiendo que ahora me convertiría en el prisionero de mi vastedad, continué buscando. Con el tiempo, los planos laterales se hicieron más lejanos y se perdieron más allá de una intrincada red de columnas y dinteles, o de planos perforados que mostraban otros planos y así hasta el infinito, escondiendo una puerta, la única puerta abierta, que me regresara el cielo, el viento y los pájaros.
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Luego de cruzar siete recintos y caminar por un pasillo que se abría en una amplia curva, luego de subir tres niveles y de asomarme por catorce ventanas interiores, caí dormido.
Me despertó la lluvia, sí la lluvia. Sentir el agua por mi cuerpo desnudo, abrir los ojos y ver el cielo en una de sus más sublimes indecisiones, conjugando agua, sol y trueno...


Llegaron tarde, como siempre, pero encontraron una especie de celda subterránea, con una puerta superior asegurada por medio de un candado oxidado...
...costó bastante quitarlo, abajo, solo se hallaron los harapos de lo que había sido la vestimenta de un hombre...
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10 de octubre de 1995
 

domingo, 22 de noviembre de 2009

MURALLONES

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La luz se repliega en las sombras de los mechinales y pilastras barrocas del patio de honor jesuítico; reverbera por el agua y el follaje sobre las piedras del tajamar; enciende los ladrillos y exalta angulosos aleros en la estación de trenes; glorifica los restaurados ornamentos de altas fachadas, ondula la textura de las tejas, se escalona racional entre los volúmenes de contemporáneas construcciones…
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El paisaje urbano de Alta Gracia, se convierte en un vasto coto para el cazador de imágenes, una oportunidad única para descubrir itinerarios que lo lleven a diferentes momentos históricos: el legado jesuítico, la impronta inglesa, la huella inmigrante, el gesto nacionalista, la cita moderna. Sin embargo, todo el asombro que estos muros en su elegancia y elocuencia despiertan, se ve eclipsado por la aparición de otros muros edificados sobre los cimientos del temor, el individualismo y la arrogancia.
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La luz se desmaya sobre insípidos murallones que ocultan jardines y edificios singulares como el antiguo hotel Londres/Oberá, en un fenómeno que podría asimilarse a la necesidad de poner límite a la hostilidad del entorno, constituido por una comunidad que cada vez se conoce menos.
En las viviendas, la seguridad perdió su libertad tras los bloques de cemento y la intimidad llevada al paroxismo expulsó las miradas a la calle, aislando al grupo humano que albergan, de la sociedad a la que pertenecen.
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Pero el paisaje urbano, es un bien público, una construcción social que hace de la ciudad un espejo en donde se reconocen los caracteres que identifican a sus habitantes, es por este motivo el mayor recurso turístico de Alta Gracia y como tal debe preservarse. La profusión de estas insensibles intervenciones lejos de satisfacer la necesidad particular de seguridad e intimidad, solo contribuye a la degradación visual del patrimonio arquitectónico y a la inseguridad en la calle, que desprovista de la amable mirada del vecino, se convierte en tierra de nadie.
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Escrito para la edición 205 de Sumario,
8 de febrero de 2005.
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miércoles, 28 de octubre de 2009

ACROMÁTICOS

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Si la calle Córdoba al 500 se ha caracterizado por algo, ha sido por la serena armonía reinante entre sus vecinos. Lo que para muchos podría ser una monótona reiteración de ceremonias y coordinados claroscuros, es para nosotros, un orden basado en el respeto y la discreción.

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Nadie critica a la vecina de la esquina por no cuidar el jardín, ni al señor de al lado, por negarse a rasquetear el musgo de la alta fachada de su casa. A nadie molesta que las palomas aniden en nuestros árboles o que las hojas secas, se amontonen en la vereda; absolutamente nadie se inmuta ante la casona deshabitada al frente de la Tía Jacinta, que también comparte esta cuadra de la calle Córdoba.

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Sólo una línea de sombra distingue una vereda de la otra. Nosotros, orientados al sur, hemos aceptado la penumbra y alguna ráfaga de viento como elemento distintivo. Ellos, orientados al norte, en un solidario gesto por compartir el silencio de la luz, han provisto a sus ventanales de pesados cortinajes y postigos.

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Si la calle Córdoba al 500 se caracterizaba por algo, era por su secreta admiración por las películas de Torre Nilson, hasta que apareció La Señora y compró la casona al frente de la Tía Jacinta, que por ese entonces, aún compartía esta cuadra de la calle Córdoba...

El primero en traer la noticia, fue el pelado del almacén. Apareció con los ojos fijos y la calva empañada, nosotros lo atendimos sorprendidos: La señora estaba pintando la casona de color rosa calzón, con las molduras blancas y las puertas y ventanas de verde inglés. Luego vino la vecina de la esquina y a las corridas apareció Tía Jacinta, a tiempo de estrenar el famoso síncope, que por años había ensayado a escondidas.

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Semejante trastorno, impidió que los vecinos llegaran a un acuerdo, sobre lo que debía hacerse. El velorio de Tía Jacinta, fue el velorio de la calle Córdoba al 500, la despedida a nuestro equilibrio y un pretexto más para tomar represalias contra La Señora de la casa rosa calzón, pero el llanto nos despojó de todo espíritu de venganza, La Señora y su casa rosa calzón, se incorporaron al paisaje a regañadientes.

La Señora, comenzó a frecuentar a nuestros vecinos y pronto olvidaron el sacrificio de Tía Jacinta.

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Al mes de su partida, la vecina de la esquina, plantó rosales y pintó la casa de celeste enagua y violetita. Semejante demostración de insensibilidad casi me pierde en una ola de furia. Ella, que había sido la más recalcitrante opositora a las ideas de La Señora, se había convertido en su más fiel amiga. Pero eso, no fue lo peor, porque luego, el pelado apareció en casa, con la frente perlada de puntitos amarillos, invitándome a la reinauguración del almacén, que había pintado de ocre patito.

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No pasó demasiado tiempo para que nos diéramos cuenta de algo: la calle Córdoba al 500 ya no estaba dividida por una línea de sombra, era la luz la que nos expulsaba de la vereda, entre grietas y manchas de humedad.

La Señora había logrado que todos los vecinos orientados al norte, pintaran sus casas, sobre el cadáver de Tía Jacinta, tan afecta a los grises, como nosotros, los de la vereda al sur...

Sé que jamás llegaremos a esa exquisita apreciación del color, siendo esclavos del claroscuro, pero desde que en casa tenemos el Atlas del Color de Munsell, que nos prestara La Señora, estamos pensando seriamente en pintar el panteón de Tía Jacinta, solo que aún no nos decidimos entre un verdecito agua o un anaranjado. A Tía Jacinta le gustaban mucho las naranjas de ombligo...

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10 de octubre de 1994

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lunes, 27 de julio de 2009

MATADERO

En los garfios oxidados,
pende la ausencia.
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Sobre los azulejos estallados,
se coagula el dolor de la carne.
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En las piletas vacías,
se ahogan las manos
de fantasmales matarifes…
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Un laberinto de abandono,
presupone,
los sacrificios del pasado.
.Entre las ruinas,
se pueden adivinar
los últimos latidos.
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22-04-2006
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sábado, 27 de diciembre de 2008

TRIGO

.A veces…
despliego la intriga
de una marina ondulación,
enajenando a los montes
de su generoso cobijo,
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(el páramo resurge
con las lluvias).
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Y otras…
enarbolo los cetros
de una fugaz monarquía,
abdicando en los panes
el latido de la tierra,
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(la mesa resplandece
con las cosechas).
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09-09-2006
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¡QUE EL 2009 SEA TAN SABROSO
COMO LOS PANES DE LA RUTA 5!
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viernes, 17 de octubre de 2008

VENTANAS

¿Alguien vigila?

¿Alguien sobrevive?

¿Alguien sueña?

¿Alguien espía?

¿Alguien trabaja?



¿Alguien recuerda?

miércoles, 24 de septiembre de 2008