sábado, 20 de abril de 2013

INSTALACIÓN

“ ...como vuestros políticos: nada;                    
      como vuestros héroes: nada;                     
      como vuestros artistas: nada;                     
      como vuestras religiones: nada...”
 
Del Manifeste cannibale dada, de Francis Picabia
leído en la “Soirée Dada” en el Théâtre de la Maison Del l'Ouevre,
París 27 de marzo de 1920.
 
“El artista plástico Natalio Caffarelli, invita a usted a la presentación de sus últimas obras. La muestra titulada “Deposite aquí sus residuos” explora los límites de la función y utilidad de los objetos en relación con el público involucrándolo hasta generar una dramática tensión con el espacio circundante.
 
La trayectoria de Caffarelli, vastamente reconocida en el ámbito cultural, incursiona en lo conceptual, desde una perspectiva que él denomina el antiarte pos-neomodernista, que utiliza como excusa para homenajear a los más paradigmáticos referentes del dadaísmo y del surrealismo. Sus obras no conforman un conjunto de gratuita rotulación ya que las citas a lo Marcel Duchamp o Man Ray, desbordan una fina e irreverente ironía, un juego paradojal que consiste en transgredir el territorio mismo de la transgresión...”
 
Sin haber entendido ni la mitad del texto, dejó la tarjeta sobre el escritorio, se apoltronó en su sillón y jugueteó con la lapicera de oro. El Lord Mayor se aburría. Toda la mañana había recibido en audiencia la consabida procesión de rostros y plegarias exigiendo o proponiendo cambios, subsidios, proyectos, reclamos, entrevistas...
 
Gastada la sonrisa de campaña, solo le quedaba por firmar algún sórdido decreto que permitiría violar el Código de Edificación, para luego prepararse a inaugurar la Plaza de los Pioneros Descalzos, con banda, banderas y ofrendas florales; por la noche se haría un tiempo para cumplir con el pretencioso Caffarelli.
 
Su interés por el arte era directamente proporcional a su interés por la procesión de rostros y plegarias exigiendo o proponiendo cambios, subsidios, proyectos, reclamos, entrevistas..., pero la asistencia de la prensa, a la inauguración de la muestra, estaba asegurada, y esa era una oportunidad que no merecía ser desperdiciada.
 
No tenía la menor idea de a quien se le podría haber ocurrido elegirlo para cubrir el operativo de seguridad de la dichosa muestra, leyó con desconfianza el instructivo y frunció el ceño. Intuía que esos lugares se atestaban de gente improductiva y frívola que sólo se interesaban en lucirse, beber, seducir y distraer la atención sobre lo verdaderamente importante: el orden y el respeto. Pensó que los buenos tiempos habían quedado muy atrás. En aquellas épocas, quienes especulaban sobre la utilidad y los sujetos eran Otros, y él formaba parte de ese ilustre grupo. Y si bien el choque de las copas de champagne, por entonces ocultaba el estallido de cristales y gritos, el silencio de la sociedad, solo podía delatar algo: la pulcritud del Ser Nacional.
 
Se acomodó el uniforme impecable. Descubrió una pelusa cerca de la insignia de su gorra y volvió a fruncir el ceño. Con precisión y aplomo la quitó, recuperando esa hierática compostura de la que tan orgulloso se sentía.
 
Mientras conducía, meditaba sobre las razones que habrían impulsado a Natalio a invitarlo a su vernisagge. Desde su última muestra en el país sobre los Aciertos Desacertados, que él defenestrara por anacrónica, aburrida, e inútil; se había entablado entre ellos un abismo que Caffarelli se encargó de llenar nada más ni nada menos que con el Océano Atlántico. Luego vino la Gran Orden Real, la Elipse Dorada y otros títulos que lo catapultaron a los más altos pedestales del Art Star System. Por supuesto él desde el otro lado, continuaba alegando contra sus acumulaciones de prótesis ortopédicas, almohadas y potes de dulce de leche, con grises y pequeñas letras en la cada vez más acotada columna dedicada al arte en La Republiqueta.
 
La luz roja lo detuvo, pensó que algo se había modificado, no era el prestigio de Natalio el que dependería de su comentario, sino el suyo, pues: ¿quién sería capaz de contradecir un talento legitimado en Europa?
 
Todavía podía recordar su rostro angelical. Lo inquietaba. Natalio había sido el más aventajado en el catecismo, el más ordenado, pero a la hora de confesarse y luego de recitar las oraciones rituales, sus ojos se llenaban de un perverso fulgor. Una andanada de procacidades hacía temblar el confesionario y sus carcajadas resonaban en la capilla, con la obscenidad propia de un presidiario. Ignoraba por qué le habría citado en su estudio, temía que algún tipo de catástrofe se pudiera desatar sobre él. Se persignó, recordó el domingo en que Natalio comenzó a humedecerse maliciosamente los labios con la lengua, mientras le confiaba prohibidas fantasías sexuales. Comenzó a desgranar un rosario, seguramente, ese niño perturbado que él conociera, distaba mucho del artista de renombre internacional, que hoy ofrecía una muestra a su ciudad natal, quizás sus antiguas prédicas hubieran echado raíces, convirtiéndolo en un hombre de provecho para la divina causa.
 
 
El Lord Mayor fue invitado a ingresar a la Sala Sur de la Galería de Arte rodeado de una selecta fauna mediática. Instintivamente buscó el flash amigo, pero no lo halló. Se desilusionó, creyó haber desperdiciado la noche, luego desplegó su rictus símil sonrisa. Nadie le presentó al artista, la gente comenzó a agobiarlo con saludos y preguntas triviales. El espacio le resultó muy reducido. Sobre los muros inmaculados, unas pocas telas con trazos de colores saturados eran enfatizadas aquí y allá por algún invisible reflector. Los atuendos de los invitados competían en texturas y diseños con aquellos cuadros insignificantes. Observó con atención, durante la tarde, mientras inauguraba la Plaza de los Pioneros Descalzos con banda, banderas y ofrendas florales, la gente, tampoco reparaba en la obra. Alguien le acercó una copa. Mecánicamente se la llevó a los labios. Comenzó a sentirse aislado. Un inesperado dolor de estómago, lo hizo sentir incómodo, preguntó por el sanitario, le indicaron un pasillo...
 
Con eficiencia dispuso de un grupo de agentes de seguridad para cubrir la muestra y especialmente la presencia del Lord Mayor. Los rostros embadurnados de ambigüedad y maquillaje le produjeron náuseas. No podía entender ese superficial aquelarre. Más de una vez la mano le tembló sobre la culata de su arma enfundada. Se controló. Un muchacho de ajustada remera y mirada lasciva le manoseó la entrepierna, él lo sujetó de un brazo y se produjo un silencio sepulcral. Todos los invitados interrumpieron momentáneamente los más diversos temas de conversación para posar una mirada helada, llena de desprecio, sobre esa absurda actitud. Comprendió. Su mano aflojó la presión y disimuladamente corrigió su repentino desborde. El joven besó la punta de sus dedos y la posó en la mejilla del uniformado, que intentó desviar el gesto. Irritado giró sobre sus botas buscando al Lord Mayor. No lo encontró, alguien le susurró algo al oído. Abriéndose paso entre la gente, alcanzó un pasillo...
 
Le sorprendió el silencio. Si algo caracterizaba a las muestras de Natalio, era precisamente el clima festivo. La reunión de sus más exóticos amigos parecía aportar una sobredosis de simbolismo a sus obras, sabiamente explotado para tenderle una trampa al crítico condescendiente de turno, que aceptaba semejante despliegue escénico como parte indisoluble de los objetos expuestos. Por desnudar tales situaciones, Caffarelli asumió el rol de víctima, declarándolo su más acérrimo enemigo.
 
Pensó que sería un nuevo recurso o una falsa invitación, pues al ingresar a la Sala Norte de la Galería de Arte, solo unos pocos pedestales iluminados lo esperaban. Sobre cada prisma blanco, un recipiente para residuos de diferente factura poseía la siguiente inscripción: “Cree realmente que lo que usted está arrojando aquí, es verdaderamente basura? si lo duda, siga la flecha". Con un gesto de fastidio se encaminó por un pasillo...
 
Natalio Caffarelli, abrió la puerta de su estudio, del otro lado, el rostro regordete que en su infancia le señalara los límites del cielo y del infierno, revelaba el eterno y reposado gesto de la santidad. Le tomó las manos y se quedó en silencio mirando como aquellos ojos no habían perdido esa chispa de pudor que tantas veces se había encargado de violentar con sus increíbles listas de pecados. Lo invitó a tomar asiento y le ofreció un jugo de naranjas. Natalio desapareció por unos instantes.
 
Solo en el estudio, observó algunas esculturas de voluptuosos contornos. Intentó desviar la mirada, pero cada rincón de ese espacio, se hallaba atestado de objetos escandalosos. Comenzó a transpirar, justo cuando había decidido marcharse, Natalio apareció con una gran jarra de jugo que, en el apuro por detenerlo, arrojo sobre su sotana. Se disculpó, le dijo que podía cambiarse, mientras esperaba a que su hábito se secara. Le indicó una puerta que hallaría al final del pasillo...
 
Abrió la puerta precipitadamente, el dolor de estómago lo hizo palidecer. Se desabrochó el cinturón del pantalón. En la pared opuesta el Lord Mayor vio su imagen, en una pose indecorosa, reflejada en el espejo...
 
Al entrar se apagó la luz, instintivamente empuñó su arma. Intentó abrir la puerta pero no pudo, sobre el muro se iluminó una circunferencia calada, al asomarse a través de ella, quedó inmovilizado...
 
Apenas empujó la puerta, el piso cedió bajo sus pies, por el olor supo instantáneamente lo que estaba ocurriendo. Se encontró chapoteando en medio de una cámara séptica, un chorro de pintura celeste, le salpicó la frente...
 
Ingresó completamente empapado, se quitó el hábito y se secó con una toalla de mano que halló sobre una silla. En el perchero del muro colgaba una bata púrpura de género traslúcido, dudó en colocársela, pero desnudo, se sentía más ridículo...
 
Del catálogo de la muestra “Deposite aquí sus residuos” de Natalio Caffarelli:
 
“... el público está invitado a interactuar con los cuatro episodios de la instalación. En el primer habitáculo, titulado La silla estercórea hallaremos a un genuino funcionario público en su rol más habitual, en el segundo, Radiografía de un fósil será posible explorar a través de un aparato de rayos x, el verdadero contenido del cráneo de un auténtico espécimen del Proceso de Reorganización Nacional. Más adelante en el tercer espacio nominado con el sugestivo rótulo de La piscina de la frustración, un crítico de arte, lucha entre la propia mediocridad y el talento ajeno. Finalmente en La duda desnuda, un religioso transita el precario límite de la tentación y la vocación. Con este magistral dispositivo, Caffarelli logra dislocar cuatro pilares de la sociedad contemporánea ubicándolos en el relativo plano de la utilidad. En definitiva, el objeto descartado recobra una nueva lectura desde el momento en que el sujeto descartador (de ciudadanos, de compatriotas, de artistas, de fieles) se convierte en residuo permanente de una cultura en franca decadencia. Caffarelli, astutamente, ha sabido reciclarlos para enaltecerlos, paradójicamente, a la categoría de obra de arte efímera..."
 
15 de noviembre de 1999
Walter H. Villarreal